Las Fiestas del Pilar de Zaragoza son una celebración significativa y vibrante en España. Entre todos los actos festivos, destaca uno que es símbolo de devoción y riqueza cultural: la Ofrenda Floral a la Virgen del Pilar. Esta ofrenda está profundamente arraigada en la historia de la localidad, y año tras año atrae a vecinos y visitantes para participar en esta hermosa tradición.
La creciente importancia de una patrona
La veneración de la Virgen del Pilar se remonta a finales del siglo XIII, pero no fue hasta el siglo XVII cuando se disparó su importancia en Zaragoza. En 1642, el ayuntamiento la proclamó patrona de Zaragoza. En 1678, durante el reinado del virrey Pedro Antonio de Aragón, fue declarada patrona de todo el Reino de Aragón. Estas declaraciones marcaron un punto de inflexión en la historia del culto a la Virgen.
La dinastía de los Habsburgo, en particular, desempeñó un papel en el fortalecimiento de los vínculos entre la Virgen del Pilar y el pueblo. Consideraron esta devoción como un medio de socavar la importancia política de la Catedral de la Seo, que había sido un símbolo de la identidad política diferenciada de Aragón desde el siglo XIII. Los Habsburgo pretendían establecer el Pilar como contrapeso a la Seo, poniendo de relieve sus esfuerzos por centralizar el gobierno en sus distintos territorios.
La Virgen como protectora
El papel de la Virgen del Pilar como protectora se acentuó durante las guerras napoleónicas y el sitio de Zaragoza. El general José de Palafox utilizó estratégicamente la imagen de la Virgen en sus acciones propagandísticas y como símbolo de la firme resistencia frente a las fuerzas invasoras francesas. Esto reforzó aún más su condición de protectora del pueblo.
Entrando en la época moderna, descubrimos los orígenes de la Ofrenda Floral y la Ofrenda de Frutos, dos de los actos más característicos, vistosos y multitudinarios (prepandémicos) de todas las fiestas del Pilar.
Una historia sorprendentemente reciente de la Ofrenda Floral
La Ofrenda Floral, actualmente muy arraigada en las fiestas, puede parecer una tradición antigua, pero sus inicios son relativamente recientes. Aunque las flores se depositaron por primera vez en el santuario de la Virgen en 1872, no fue hasta 1954 cuando comenzó realmente la tradición de una gran ofrenda floral.
Curiosamente, la tradición ni siquiera comenzó en Zaragoza, sino en Valencia. En 1945, Valencia inició la práctica de ofrecer flores a la Virgen de los Desamparados. Cuando la Casa de Valencia abrió sus puertas en Zaragoza en 1954, sus miembros continuaron con esta tradición, ofreciendo una pequeña ofrenda floral a la Virgen de los Desamparados, situada en la iglesia parroquial de San Gil, en la calle Don Jaime de Zaragoza. También decidieron rendir homenaje a la Virgen del Pilar, anfitriona de la ciudad. En 1955 se realizó también una ofrenda floral en nombre de la Virgen de Guadalupe de México, considerada tradicionalmente como la Virgen originaria de la Hispanidad. Esta asociación se debe a que los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, realizaron las primeras gestiones para el viaje de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo en el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, en la provincia de Cáceres, figura que posteriormente fue llevada a América y tuvo una profunda influencia en México.
La primera ofrenda oficial en 1958
Estas ofrendas florales llamaron la atención de Manuel Rodeles, entonces concejal de Zaragoza. Intrigado por lo que ocurría en Valencia, promovió, con el apoyo del alcalde Gómez Laguna, la primera Ofrenda Floral oficial en 1958. Alrededor de 2.000 participantes ataviados con trajes regionales tradicionales tomaron parte en este acontecimiento histórico. El impacto fue enorme, y la tradición ha continuado año tras año. En la década de los 80 acudieron más de 50.000 participantes, y en 2019, el Ayuntamiento calcula que cerca de 190.000 personas tomaron parte en esta hermosa expresión de devoción y unidad.
La Ofrenda Floral a la Virgen del Pilar se ha convertido en una parte esencial de las Fiestas del Pilar, celebrando la devoción, la cultura y la unidad. Es un testimonio del legado perdurable de la Virgen del Pilar y de su papel como símbolo entrañable en los corazones de los zaragozanos.