“En Aragón somos pocos, pero solemos cundir mucho y en muchos campos”, dice el historiador y creador de la ‘startup’ Historia de Aragón Sergio Martínez Gil. Y no le falta razón, si se atiende a las aportaciones que han hecho los científicos aragoneses a lo largo de la historia. Del estudio de la circulación pulmonar al funcionamiento de las neuronas, pasando por planteamientos que contribuyeron a dar forma a la teoría de la evolución y otras muchas cuestiones, se puede constatar que Aragón también es territorio científico.
El de Miguel Servet es uno de los grandes nombres que destacan en este campo, pues, como subraya Martínez Gil, “es uno de los aragoneses más universales en cuanto temas científicos”. Nacido en Villanueva de Sigena (Huesca) en torno al año 1510, alrededor de su figura y orígenes habitan incertidumbres, pues, como indica el experto, se creó una segunda personalidad a causa de las persecuciones que sufrió por sus creencias.
Porque Servet, aunque abordó temas científicos hasta llegar a sus investigaciones sobre la circulación pulmonar, fue una persona “muy polifacética”, ya que también se desarrolló en el campo de la teología. De hecho, fue en Christianismi Restitutio, una obra de perfil teológico, donde expone sus planteamientos en el ámbito médico.
Un librepensador en una Europa convulsa
Perteneciente a una familia importante de la localidad, Servet entró al servicio de la corte de Carlos V, lo que le permitió, ya de joven, viajar por Europa y conocer los postulados del cristianismo protestante que surgen a partir de 1515 de la mano de Martín Lutero y, posteriormente, de Juan Calvino.
“Esto hace que Servet, que fue un verdadero erudito, un librepensador, empiece a preguntarse muchísimas cosas”, explica Martínez Gil. “Pero en esa época, con las guerras de religión en Europa entre católicos y protestantes, no se podía hablar de todo”, apostilla.

Por ello, Servet fue perseguido por unos y por otros y, en consecuencia, comenzó a publicar algunas de sus obras bajo seudónimo. En ellas, además de la teología, también tenían cabida campos como las matemáticas, la física, la jurisprudencia, la geografía o la meteorología.
“Servet acabó siendo un científico importante y universal; es uno de los aragoneses más universales”, recalca Martínez Gil sobre este librepensador que murió ejecutado en Ginebra en 1553, en ese contexto de luchas religiosas de la Europa del siglo XVI.
Siguiendo esa estela de universalidad, una personalidad de obligada visita es la de Santiago Ramón y Cajal, uno de los primeros premios Nobel de Medicina, en el año 1906, y considerado como uno de los padres de la neurociencia.
El ‘rey de los nervios’
Aunque nacido en el municipio navarro de Petilla de Aragón por el destino laboral de su padre, también médico, sus orígenes son aragoneses y a los pocos años de nacer se ya instaló en la provincia de Huesca.
“Ramón y Cajal se cría en el Alto Aragón y allí empieza a estudiar”, explica el historiador sobre alguien que “también será otra de esas figuras súper polifacéticas”, pues “no solo fue un científico y un médico brillante, sino que también cultivó otras disciplinas, como por ejemplo la historia”.

Igualmente, y como muestra curiosa de su personalidad, también destaca su afición por el deporte: “Hacía muchísimo ejercicio y podría llamársele como a lo que ahora se conoce como culturista; se suele decir que estaba fuerte”.
Sus investigaciones sobre el sistema nervioso fueron su gran aportación al campo científico y “le acabaron convirtiendo en una figura relevante no solo a nivel aragonés y español, sino a nivel mundial”. De hecho, se tradujeron en un premio Nobel de Medicina que compartió con el italiano Camilo Golgi en 1906.
Sin embargo, a pesar de su celebridad y las oportunidades que dispuso para investigar fuera de España, en países en los que dispondría de más medios, nunca se fue. “Él estimaba, que de España, a pesar del retraso que llevaba en esa época en cuanto a ciencia y a los medios con los que podía contar, no debía irse, sino que debía aportar su granito de arena”, relata el historiador.
Una espera larga… pero provechosa
Retrocediendo el calendario unos siglos, también destaca la aportación de Félix de Azara. Este oscense, nacido en Barbuñales en 1742, aunque propiamente no fue un científico, sí que propició con sus investigaciones la teoría de la evolución que posteriormente Charles Darwin desarrollaría.
De origen noble, hizo carrera militar como ingeniero y, por ello, fue llamado en 1781 para delimitar las fronteras entre España y Portugal en los territorios que ambas potencias poseían en América. Ambos países, cuenta Martínez Gil, acordaron enviar contingentes con el fin de trazar esos límites y así acabar con los desencuentros que podía generar este asunto.

“La cuestión es que Félix de Azara llegó en 1781 y la embajada portuguesa nunca llegaría. Y estuvo, en una misión que supuestamente iba a durar unos meses, 20 años, hasta 1801”, destaca el experto.
Esta figura, que, como recuerda el historiador, no era un científico en propiedad, sí que “tenía inquietudes”, de manera que aprovechó el tiempo en los territorios americanos, mientras esperaba a sus homólogos portugueses, haciendo viajes por la zona.
Durante sus periplos, comenzó a tomar apuntes “de todo lo que veía, insectos, especies vegetales… y acabó creando una especie de cuaderno, que no es una investigación al uso, pero que llega a describir más de 400 especies”, la mitad, desconocidas en aquella época. “Por eso será muy importante su labor”, añade.
Precisamente, por los conocimientos que va adquiriendo conforme estudia la flora y la fauna, “observa que quizás las especies sean tan diferentes porque se adaptan al medio en el que viven”; en otras palabras, siembra la semilla de la futura teoría de la evolución. “Es la primera persona que empieza a intuir lo que acabará desarrollando Charles Darwin”, indica Martínez Gil. “Félix de Azara es una de esas figuras quizás demasiado poco conocidas para la importancia que tuvieron en la ciencia”, subraya.
Y, si con Félix de Azara este artículo viajaba unos cuantos siglos hacia atrás, en el caso que ahora se analizará el periplo todavía será más pronunciado, hasta la Zaragoza musulmana del siglo XI. Hablamos de Avempace, un sabio saracustí que abordó diferentes áreas del saber, desde la filosofía a la astronomía, pasando por otras áreas como la medicina o la historia.
“Será como una de esas figuras del posterior Renacimiento, aquellas que chocan en la actualidad, donde estamos tan especializados”, señala el historiador sobre un célebre filósofo, que llegó a influir en pensadores de la talla de Averroes o Santo Tomás de Aquino, pero que también cultivó campos como la poesía, la música o la botánica.
Un mundo no solo de hombres
Como sucede en cualquier otro campo, el papel de la mujer en la ciencia también ha estado oculto o, al menos, eclipsado por el de las figuras masculinas. Y, en Aragón, existen ejemplos de científicas que aportaron luz al conocimiento humano. Una de ellas fue la zaragozana Andresa Casamayor y de la Coma, nacida en 1720 y que se considera como la única mujer conocida que publicó una obra matemática durante el siglo XVIII.
Fue el Tyrocinio arithmetico, instrucción de las quatro reglas llanas, un trabajo con el que buscaba ofrecer una manera de enseñar las reglas aritméticas a aquellas personas que no tuvieran conocimientos previos.

Y, en el campo de la botánica, destaca la bilbilitana Blanca Catalán de Ocón, nacida en el año 1860, considerada como la primera mujer botánica en España y que da nombre a uno de sus descubrimientos, la linaria blanca.
En el ámbito médico se puede encontrar la figura de Amparo Poch y Gascón, una de las primeras mujeres que pudo estudiar Medicina en la Universidad de Zaragoza, y la de Martina Bescós García, quien obtuvo el premio extraordinario de su promoción y se convirtió en la primera cardióloga de España.
Ahora, Aragón sigue aportando talento al ámbito científico. El bioquímico Alberto Jiménez Schumacher, jefe del grupo de Oncología Molecular del Instituto de Investigación Sanitaria Aragón; el catedrático en Bioquímica y Biología Molecular por la Universidad de Oviedo, Carlos López Otín, o la investigadora Cristina Mayor Ruiz son ejemplos contemporáneos.