Cualquier italiano entenderá que dolce far niente, significa “dulce hacer nada”, va más allá de simplemente tomar una siesta; es algo más profundo. La habilidad de no hacer nada implica apartarse del ajetreo diario, sin importar las actividades, y tomarse un momento para la reflexión, la relajación y la apreciación de vivir en el presente, lo que conduce inevitablemente a la capacidad de experimentar breves momentos de felicidad.
Cuando pensamos en el dolce far niente, la mente vuela a Italia y a sus pintorescas ciudades. Sin embargo, hay rincones en España que nos invitan a saborear la vida con la misma intensidad y tranquilidad. Uno de ellos es la Matarraña, entre cuyos rincones podriamos imaginarnos perfectamente a Giancarlo Giannini en la película Dolce far niente, de Nae Caranfil, buscando la felicidad a través de la simplicidad y el disfrute de los pequeños momentos de la vida.
La Matarraña, un refugio para el alma
La Matarraña es un lugar donde el tiempo parece detenerse. Sus paisajes, una mezcla de montañas, ríos y pueblos medievales, invitan a la contemplación y al descanso. Aquí, el dolce far niente no es solo una elección, puede ser una forma de vida.
La orografía de la comarca, con sus suaves colinas y sus estrechos valles, invita a caminar sin prisa, a explorar cada rincón a paso lento. Los senderos que serpentean entre olivos y almendros son el escenario ideal para perderse y encontrarse a uno mismo.
Cuesta poco imaginarse despertarse sin prisa, abrir las ventanas y dejar que entre el aire fresco de la mañana, mientras escuchas el canto de los pájaros o el campanario.
Sus pueblos de la Matarraña, como Calaceite, La Fresneda, Valderrobles, etc. con sus casas de piedra y sus calles empedradas, conservan todo el sabor de la tradición, y nos invitan a pasear por sus calles, contemplar la arquitectura, sentarse en la terraza de un bar y dejar pasar el tiempo, contemplando a los parroquianos que deambulan sin prisa por la plaza o a los turistas que corren por sus calles estrechas detras de una foto, sin saber valorar la vida.
Puedes optar por leer un libro bajo la sombra de un arbol; entrar en una de sus iglesias a refrescarte, contemplar sus altares y capillas; o, en un exceso, sentarte a la orilla de una de sus pozas.
Ya puestos a degustar la vida y los regalos que nos ofrece, la Matarraña cuenta con auténticos manjares para los sentidos. Los productos de la tierra, como el aceite de oliva, las almendras, los melocotones, el vino, el jamón de Teruel o los embutidos, la trufa, sin olvidar los dulces como las casquetas o tortas de alma, rellenas de confitura de calabaza, o el “coc amb mel”, entre otras, son los protagonistas de una gastronomía sencilla y sabrosa.
Por supuesto, inevitable dormir una siesta, descansar y recargar las pilas, para a continuación contemplar la vida, reflexionar y dejar pasar las horas hasta que llegue el momento de dar una vuelta al pueblo o conversar y tomar algo.
Si buscas un lugar para escapar del estrés y disfrutar de la vida al máximo, la Matarraña es tu destino ideal. Es una forma de vida que nos invita a conectar con nosotros mismos y con nuestro entorno, a disfrutar de las pequeñas cosas y a encontrar la felicidad en la sencillez. Aquí, el dolce far niente es una forma de vida, y tú eres el protagonista.