“Aragón ha estado siempre presente en la escultura. Hay piedra en el lugar, hay alabastro, ese material tan nuestro”, afirma el doctor en Historia del Arte José Ramón Morón sobre un territorio que, desde su fundación como reino, ya deja representaciones escultóricas notables. De esta manera, desde el románico presente en el Pirineo hasta obras recientes, como el Alma del Ebro, la Comunidad aglutina en su historia trabajos destacados y nombres de calado en este tipo de representaciones artísticas. Los retablos renacentistas del valenciano Damián Forment o de Gabriel Yoli, la figura de Ponciano Ponzano y, ya en el siglo XX, los nombres de Pablo Gargallo y Pablo Serrano son una muestra de ese legado aragonés en la escultura.
Morón comienza su recorrido con el románico de maestros como el de Agüero o el de Jaca, que ya “marcan unas pautas muy concretas en el románico aragonés y, por supuesto, con referencia al románico español”. Este rico primer periodo, con espacios destacables como el monasterio de San Juan de la Peña, da paso a un gótico que, en Aragón, se vive “cierto vacío”.
Sin embargo, el experto destaca una pieza clave, el retablo de la catedral del Salvador de Zaragoza, más conocida como la Seo, obra del alemán Ans Piet d’Anso, o Hans de Suabia. “Va a marcar un auténtico hito porque es una pieza clave en la escultura, no solo aragonesa y española, sino europea”, recalca Morón.
El esplendor del Renacimiento
A partir de ese momento, explica, llega un Renacimiento en el que destacará la figura de Damián Forment. En el retablo mayor de la basílica del Pilar se observa cómo su referente es el de la Seo, pero ya trasladado “a un estilo nuevo”. “Eso marca una nueva etapa muy importante con otros escultores que hay a lo largo del siglo XVI, fundamentalmente, en el periodo del Renacimiento”, añade.
Forment es un artista que, como recuerda Morón, trabaja el alabastro, un material que supone “un sello de identidad de lo aragonés” y que todavía hoy sigue utilizándose en el ámbito escultórico. “El hecho de que el retablo del Pilar de Forment se haga en alabastro causa un enorme impacto”, añade.
De esta manera, el Renacimiento es una de las etapas de mayor esplendor de la escultura aragonesa, pues, además de Forment, surgen otros nombres de gran relevancia, como los dos Gil Morlanes o el de Gabriel Yoli, que se hizo cargo del retablo mayor de la catedral de Teruel.
“A partir de ese momento hay también otro freno, en el barroco no tenemos una escuela aragonesa notable, al estilo castellano, andaluz o de Murcia, y hay que esperar al final del periodo, cuando de nuevo aparece una figura importante, que es José Ramírez”, cuenta el también catedrático de Instituto.
Sobre este artista altoaragonés, explica que es el autor de las obras escultóricas de la Santa Capilla de la basílica Pilar, “que están consideradas como unas piezas capitales dentro del final del barroco español”. Unos trabajos que se encuentran en un momento que entronca “con el final del barroco rococó, casi contemporáneo a Goya, que emerge como pintor importante a finales de ese siglo”.
Siglo XIX, neoclasicismo y la llegada del XX
Ya en el siglo XIX se abre paso el neoclasicismo, estilo en el que destaca el zaragozano Ponciano Ponzano, “pero no porque hace obras en Zaragoza, pues las hace en Madrid”, precisa Morón. De hecho, de la mano de este escultor son los bien conocidos leones del Congreso de los Diputados y del tímpano del edificio. Con todo, en la capital aragonesa también podemos encontrar obra suya, como el mausoleo del general Enna.
El siglo XIX, aunque no es el más prolífico en el ámbito escultórico aragonés, también encuadra nombres como el de Antonio Palao, encargado de hacer el monumento a Ramón Pignatelli en el parque al que da nombre en Zaragoza. Igualmente, Morón destaca como “una figura interesante”, la de Dionisio Lasuén, que se encuadra en los nuevos aires del modernismo, “en la línea de William Morris y del arts and crafts inglés”. Obras suyas son, por ejemplo, las figuras sedentes del Paraninfo de la Universidad de Zaragoza.
Entrado el siglo XX, dos nombres destacan, el de José Bueno y el de Félix Burriel. El primero se encargó de realizar en Zaragoza, por ejemplo, los monumentos a Alfonso I El Batallador y a la Fosa Común. Se trata, a juicio del experto, de “un escultor notable, que consigue la primera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1924” y cuya obra se extiende por España.
Sobre Burriel, cuenta que, aunque carece de una proyección nacional como la de Bueno, destacan trabajos como los relieves de la sede de la Confederación Hidrográfica del Ebro en Zaragoza, “en la línea del realismo soviético, que es una obra bastante original y curiosa”.
Dos gigantes, Gargallo y Serrano
Llegados a este punto, en el relato llegan dos nombres capitales, los de Pablo Gargallo y Pablo Serrano. Para Morón, Gargallo “es una figura clave en la escultura española”, también con proyección internacional. Su obra, explica, se gesta a la par que los movimientos de vanguardia, con nombres como el de Picasso.
“La figura de Gargallo destaca por encima de cualquier otra en el plano aragonés que tenga proyección internacional”, asevera el experto, que también señala que este escultor fue “un innovador” que, junto con Julio González, empieza “el trabajo del hierro y el hueco”, lo que supone “una aportación fundamental a la historia de la escultura”.
En cuanto a Serrano, explica que, aunque se movió también fuera de Aragón, su obra fundamental se encuentra en las fronteras de la Comunidad. “Está reconocido como uno de los escultores españoles que aportan una modernidad, a la par de movimientos de pintura como El Paso”, describe el catedrático sobre un autor que, como Gargallo, cuenta con un museo en Zaragoza. “Esto es fantástico, tener dos museos monográficos dedicados a dos escultores no lo tiene cualquier ciudad”, apostilla.
Siguiendo el siglo XX, Morón observa que, además de artistas locales, “siembre ha habido escultores foráneos que han traído obra a Zaragoza”. En ese sentido, nombra monumentos “importantes” de artistas como Querol, Benlliure o Ávalos.
Ya en el siglo XXI, resalta la obra El Alma del Ebro, de Jaume Plensa, “uno de los escultores más relevantes españoles del momento”, que se ubica en el espacio que ocupó la Expo de 2008. Y, haciendo un repaso final a algunas figuras de interés actuales en Aragón, nombra a Fernando Navarro y a Santiago Gimeno.