El próximo Encuentro Internacional de Ocultura se celebrará en Zaragoza entre los días 29 y 31 de octubre. Será la octava edición de este evento y el objetivo de este certamen es descubrir “Los otros mundos de Goya” de la mano de personalidades que se han acercado al artista de Fuendetodos desde perspectivas muy variadas. Uno de ellos es el Dr. Florencio Monje Gil, un auténtico especialista en cirugía oral y maxilofacial que ha estudiado los rostros goyescos con la precisión de su disciplina médica.
Por favor, adelántenos algo de su ponencia en la próxima edición de Ocultura, sólo unas pinceladas, nunca mejor dicho.
La ponencia se titula “Las caras malditas de Goya”. En ella recorreremos los distintos estilos del gran maestro Francisco de Goya, tomando como hilo conductor los rostros, las caras. Resulta fascinante observar cómo Goya los aborda: hay rostros terroríficos, patológicos, bellísimos y otros en los que penetra en la psicología del retratado.
¿Cuál es su vínculo con Javier Sierra, el organizador del encuentro?
Mi relación con Javier se remonta a 2013, cuando coincidimos en la Feria del Libro de Badajoz. Yo presentaba mi obra La pintura de Goya y las deformidades faciales y él su magnífico El maestro del Prado. Desde entonces nació una amistad basada en la empatía y en intereses comunes. Hemos viajado juntos, lo que para mí ha sido un verdadero privilegio, y sobre todo hemos conversado mucho sobre arte, una de mis grandes pasiones. Javier siempre me ha apoyado mucho y tengo por ejemplo, que agradecerle el privilegio que tuve de contar con él para el prólogo de El rostro enfermo.
El carácter multidisciplinar de Ocultura encaja muy bien con su trayectoria. ¿De dónde surge esa fusión entre su labor médica y el estudio del arte?
Existe una frase del doctor Letamendi que siempre me ha inspirado: “El médico que solo sabe de medicina, ni de medicina sabe”. Desde siempre me ha apasionado la historia y, en particular, la pintura clásica. Por otro lado, tengo estudios universitarios de Historia del Arte. Mi propósito ha sido fusionar mi oficio, o sea el diagnóstico y tratamiento de los problemas faciales, con el arte, que en muchas ocasiones actúa como una auténtica historia clínica, donde se reflejan patologías de forma evidente.
Con su trabajo une ciencia y arte. ¿No cree que eso encaja en una especie de “Humanismo 2.0”?
Ese concepto combina valores humanistas clásicos con realidades actuales como la realidad virtual y la inteligencia artificial. Hoy vivimos una sobredosis de información, especialmente gracias a la inteligencia artificial. Creo que debemos detenernos un poco. No obsesionarnos con la cantidad de datos y, en cambio, cuidar la calidad de los conceptos, para poder saborearlos, poder aprovecharlos de forma “más inteligente”.
“Un cuadro puede convertirse en una historia clínica fabulosa si se observa con detenimiento, si conocemos datos del retratado e incluso del propio pintor.”
Pasemos a sus libros. Además de sus publicaciones médicas, también ha escrito sobre arte, ¿no es así?
Sí. El primero fue La pintura de Goya y las deformidades faciales, que se agotó rápidamente. No se reeditó en su momento, aunque estamos pensando en lanzar una nueva versión. Después, animado por Javier Sierra, dejé el foco sobre Goya y me atreví a abordar la pintura universal, ya que tenía mucho material de muchos museos, analizando las deformidades faciales en ella. Así nació El rostro enfermo. 50 pinturas universales para entender la patología de la cara y del cuello.
En El rostro enfermo, junto a su hermano, muestra cómo las patologías maxilofaciales afectaron tanto a reyes como a personas humildes, aunque con causas distintas.
Exactamente. La obra repasa la patología maxilofacial utilizando la pintura como vehículo de transmisión. Un cuadro puede convertirse en una historia clínica fabulosa si se observa con detenimiento, si conocemos datos del retratado e incluso del propio pintor. La labor de documentación que acompaña al estudio de los cuadros resulta apasionante.
“El retrato suele mostrar lo que se percibe desde fuera y luego va penetrando, mientras que el autorretrato es un ejercicio íntimo, donde el pintor se plasma desde dentro.”
¿Cree que su mirada médica sobre los rostros en el arte puede trascender lo clínico y convertirse en un retrato de la sociedad de cada época?
Sin duda. La pintura es una fuente fundamental para comprender cómo funcionaba la sociedad en su conjunto: la dieta, la botánica, la arquitectura, la vestimenta, etc. Por mucho que existan tratados literarios, una pintura nos acerca de forma real a la vida cotidiana, a las relaciones sociales y a la evolución de enfermedades o deformidades que, en el pasado, no tenían tratamiento y hoy resolvemos precozmente.
¿Utiliza estas imágenes artísticas e históricas en su práctica clínica?
En realidad, suele ocurrir al revés. Hay pacientes que, al conocer mi pasión por el arte, me preguntan si su patología aparece reflejada en algún cuadro. Donde sí empleo este enfoque es en mis clases de medicina. Mostrar obras de arte durante las lecciones ayuda a que resulten más amenas y didácticas.
Con tantas obligaciones profesionales, ¿de dónde saca tiempo para documentarse y escribir sobre arte?
De entrada en mi familia dormimos menos de lo normal. Me esfuerzo por documentarme constantemente, compro muchos libros especializados, consulto páginas web y, sobre todo, aprovecho cada viaje profesional para visitar museos. Siempre que llego a una ciudad, lo primero que miro es qué museos hay cerca. Visitarlos con un propósito concreto es una de las experiencias más enriquecedoras que puede vivir un amante del arte.
“Existe una frase del doctor Letamendi que siempre me ha inspirado: ‘El médico que solo sabe de medicina, ni de medicina sabe’.”
Gracias a tanto estudio ha conocido a innumerables retratistas. ¿Cuáles son sus favoritos, ya sea por su precisión técnica o por su capacidad psicológica?
El retrato adquirió una fuerza especial a partir del Renacimiento, en especial la escuela flamenca me apasiona. Me fascinan clásicos como Rembrandt o Velázquez, aunque tengo especial debilidad por Rafael Sanzio. También me interesa Ingres y, por supuesto, Goya. Entre los modernos, admiro a Lucian Freud y, en la actualidad, a David Kassan.
Muchos artistas realizaron autorretratos. ¿Cree que fueron sinceros consigo mismos al representarse?
El retrato suele mostrar lo que se percibe desde fuera y luego va penetrando, mientras que el autorretrato es un ejercicio íntimo, donde el pintor se plasma desde dentro. Un ejemplo fascinante es la colección de autorretratos de la Galería Uffizi: probablemente la más extraordinaria del mundo.
Volvamos a Goya. ¿Qué cuadros despertaron en usted una pasión especial por él?
A mí me cautivó la primera visita que hice al Museo del Prado. Todas las pinturas me parecieron algo diferente hasta lo que ahora había visto. Cultivó muchos estilos que estaban por venir como el expresionismo o el impresionismo. Además de los clásicos, hubo dos obras que me produjeron fascinación y escalofríos a la vez: Corral de locos y El naufragio.

¿Y qué obra de Goya podría observar durante horas descubriendo siempre nuevos matices?
El Cristo crucificado. Me parece imponente, casi en diálogo con el de Velázquez. Es una obra en la que cuanto más te acercas o alejas, más detalles emergen. Es elegancia, buen gusto, luz, momento, es tremendo.
¿Y qué nos dice del rostro de Goya, en el célebre retrato que le hizo Vicente López en 1826?
Ese retrato transmite serenidad. Vicente López, que se nutrió de la experiencia de Goya, hizo un trabajo exquisito. Refleja a un hombre con gran control de sí mismo, intuitivo y franco.
Para terminar, ¿algún nuevo proyecto editorial en mente?
Sí, estamos trabajando en una nueva obra sobre Goya, nuevamente centrada en los rostros. Todavía estamos en la duda de hacer algo audiovisual o un libro específico. El arte y sobre todo la pintura es mi pasión y haremos más cosas.













