Yasushi Sato es, desde hace tres años, el cónsul general de Japón en Barcelona. Desde esta ciudad realiza un trabajo que engloba el territorio catalán, valenciano y balear. Sin embargo, este diplomático mantiene un lazo especial con Aragón, pues residió en Zaragoza durante 2 años, de 1985 a 1987.
En una entrevista con Go Aragón, Sato recuerda con nostalgia su paso por la capital aragonesa, analiza la realidad de su trabajo y destaca las oportunidades de negocio que pueden existir entre España y Japón, especialmente, desde que echó a andar en 2018 el acuerdo de asociación económica entre la Unión Europea y el país nipón.
Usted es cónsul general de Japón en Barcelona y su área de trabajo engloba Cataluña, Valencia y las Baleares, ¿qué supone ostentar este cargo?
Somos un equipo de seis diplomáticos, dos personas de apoyo enviadas de Tokio y doce personas empleadas localmente. En total, somos un equipo de veinte personas y a mí me toca dirigirlo. Trabajamos en estas tres comunidades autónomas y nuestra labor es, principalmente, ofrecer servicios consulares a los japoneses residentes en esta área y fortalecer los lazos entre España y Japón en los ámbitos que nos tocan.
¿Qué metas tienen actualmente?
Desde que llegué a Barcelona, hace tres años, he visto un creciente interés por Japón y por la cultura japonesa. Obviamente es una de las ciudades más importantes de España, pero España no es solamente sus grandes ciudades. Sí que Barcelona o Valencia tienen mucho peso en nuestro trabajo, sin embargo, quiero ampliar más geográficamente nuestras actividades, sobre todo, las culturales. Barcelona es muy importante, pero también vamos fuera de la ciudad. Hemos colaborado en poblaciones de solo 1.500 habitantes, donde hemos hecho festivales de cultura japonesa, y quiero estar donde haya demanda de esta cultura, independientemente del tamaño del municipio.
Llegó en un momento complicado, en julio de 2020, en plena pandemia, ¿fue difícil emprender este reto así?
En los primeros meses venía a la oficina, regresaba a casa, quizá salía para comprar algunas cosas y fin. Creo que en el primer año no pudimos hacer muchas cosas. Conocía a muy poca gente y no poder salir a conocer, a entablar contactos, para un diplomático es muy duro. Los lazos son nuestro tesoro y no poder conocer a la gente es muy duro. Fue una etapa bastante difícil, creo que para todo el mundo.
En la primavera de 2021 levantaron las restricciones de movilidad y ya podía viajar incluso fuera de Cataluña. Entonces, el trabajo ya era más fácil; podía ir a Valencia, que es una de las áreas que cubro. Lo más importante es que la sensación del peligro ante el covid bajó muchísimo con ese levantamiento de las restricciones; era más fácil hacer eventos. Y a mediados de 2022 ya pudimos empezar a organizar las cosas de forma más o menos bien. Este año, en 2023, organizamos por primera vez la recepción del Día Nacional, que es el natalicio del Emperador, que para nosotros es un gran evento. Lo que era importante para mí es que no hubiera ningún caso de contagio dentro del consulado. Tomamos las medidas necesarias y, felizmente, no lo hubo.

Barcelona está muy cerca de Zaragoza, donde residió de 1985 a 1987. ¿Cómo recuerda aquellos años?
Muy bien. Lo que siento por Zaragoza y lo que siento por esos dos años no se puede expresar en dos palabras; va más allá. Vivía solo, no hablaba todavía bien español, hubo choque cultural al comienzo y no había muchos japoneses; quizá, en el primer año, yo fuera el único japonés en la ciudad. Japón se desconocía prácticamente en Zaragoza y he de confesar que hubo momentos difíciles. Sin embargo, la gente que yo conocí en Zaragoza, los amigos y los profesores de la universidad, los vecinos del edificio Kasan (en el barrio del Actur), los dueños de las tiendas que yo frecuentaba… me trataron realmente bien. Lo bueno es que me trataban no como a un extranjero, sino como a los suyos. Y, siendo extranjero, podía sentir que yo era parte de esta ciudad. Eso es lo que sentía y, después de tres décadas sin comunicarme con toda esta gente que conocí, hablo con ellos y ahora entiendo mejor cómo me veían. Me veían como a un amigo, no como a un japonés o un extranjero. Y esto me fascina y me emociona muchísimo. Esos dos años ocupan un lugar muy importante en mi propia vida.
Cuando regresó a España, ¿le alegró estar cerca de Zaragoza?
Felizmente, estoy en Barcelona, que está a tres horas de Zaragoza. Me siento muy afortunado y voy mucho a Zaragoza. El otro día estaba contando cuántas veces he regresado a esta ciudad. Y, después de la llegada a Barcelona, por primera vez fui en junio de 2021. Pude reencontrarme con algunas amigas y también fui a Tarazona, donde trabaja otra amiga mía. Fueron cuatro días de viaje muy felices.
En la última jornada fui con mi esposa a la Santa Capilla -de la basílica de Nuestra señora del Pilar- y recordaba todo lo que había pasado en esos cuatro días. Miraba a la virgen y veía la bóveda, los pilares… y pensaba: “Todo esto que estoy viendo no ha cambiado”. De repente, vino algo desde arriba y me llenó. Y empecé a llorar. Y decía: “¡Estuve aquí!”. Creo que fue un encuentro con mi yo de hace 30 años. Fue más que emocionante. Por supuesto, cuando me dijeron que iba a Barcelona, fue una gran noticia para mí, pero no pensaba reencontrarme con mis amigos o con mi yo de hace 30 años. Ya he ido ocho veces a Zaragoza y, a Aragón, 14. Ya ves lo que me gusta.

¿Qué es lo que más le llamó la atención de Aragón?
Cuando vine, Zaragoza era una ciudad muy grande pero, aun así, seguía siendo un pueblo. Por eso la gente a mí me trataba como a los suyos; es muy acogedora. Tengo una anécdota con mis vecinos: la señora de al lado, Ana, de vez en cuando me invitaba a tomar un café en su piso y, alguna vez, a comer. Y, una de las veces, cuando regresaron de veraneo, me decían ella y su esposo, Tomás: “Hemos visto a muchos extranjeros… ¡y comen erizos!”. Entonces, le dije: “Ana, yo también soy extranjero y también como erizos”. Y me contestó: “Pero tú hablas español” (ríe). En ese momento, no entendía eso, pero es la muestra de que ella me trataba como a un muchacho, nada más.
También me invitaron una vez a pasar un día en su finca en el campo, en Samper de Calanda. Ella había preparado una paella, me echó una cantidad que aparentemente no podía terminar, pero tenía que comerlo todo. Pensé que era lo único que me ofrecía, pero después de la paella venía la carne, el ternasco. Ya no podía comer más y hasta su marido no podía y le decía: “Dáselo a Sato” (ríe). Yo tenía dos pedazos de carne y le decía: “Ana, lo siento mucho, pero estoy lleno, no puedo comer más”. A lo que me contestó: “Esta carne es del pueblo”. Y cuando Ana dice ‘es del pueblo’, no puedes decir ‘no puedo’. Ahora estoy muy agradecido porque me quiso dar lo mejor que tenía. Esa amabilidad, esas atenciones, ese cariño y ese afecto son las cosas que me gustan de Aragón.
En Zaragoza, como en el resto del país, Japón despierta mucho interés. En la ciudad, por ejemplo, existe la asociación Aragón-Japón, centrada en divulgar la cultura nipona. Ese interés, ¿es recíproco?
Por supuesto que sí. He de decir que, hace 30 años, Japón en Zaragoza prácticamente se desconocía. Y para mí es una muy grata sorpresa que haya una asociación entre Aragón y Japón dirigida por Kumiko Fujimura, que es una amiga mía. Y en la universidad existe el grupo de investigación Japón, dirigido por Carmen Tirado, que es profesora de la facultad de Derecho. También hay profesores que se especializan en el arte japonés, como es el caso de Elena Barlés, la decana de la facultad de Filosofía y Letras, Alejandra Rodríguez también es experta, como David Almazán. Ese desarrollo de los estudios japoneses en Zaragoza para mí es una grata sorpresa y es impresionante. Me alegro mucho de que la ciudad esté siendo una de las sedes más importantes de estudios japoneses dentro de España.
Y, respecto al interés en Japón, digo que sí. En España he visto un creciente interés y en las áreas que cubro hay grupos de aficionados de la cultura japonesa que organizan eventos, incluso hay ayuntamientos que lo hacen. Y, en Japón, creo que antes ya había un interés muy fuerte por la cultura de España. No es muy difícil encontrar una clase de flamenco o un restaurante español en las principales ciudades desde hace mucho tiempo. Hoy en día, hay muchos grupos de universitarios que aprenden la historia, el idioma y la cultura de España no como carrera, sino fuera de ella. El interés es totalmente mutuo.
La comunidad japonesa, ¿se siente cómoda residiendo en España?
Sí, totalmente. Sobre todo, desde que llegué a Barcelona, he hablado con muchos japoneses y con muchos empresarios, que están muy contentos de estar aquí. Destacan el trabajo que hacen los españoles, el nivel alto de los ingenieros españoles y la comida, que es muy buena. Creo que los japoneses residentes en España se sienten muy acogidos.

Hablando de empresarios, hace unos días Go Aragón celebró la primera de las jornadas del Ciclo de Oportunidades de Negocio en Asia, que en septiembre se centrará en Japón, ¿qué fortalezas tiene el mercado nipón para el empresario español?
En febrero de 2019 entró en vigor el acuerdo de asociación económica entre la UE y Japón; con esto, los aranceles bajan y hay reglas más claras en la inversión. Los españoles y los japoneses tenemos que aprovechar esta oportunidad. España en este momento está exportando, por ejemplo, carne de cerdo y creo que ocupa el tercer o el cuarto lugar en las importaciones de porcino. La importación del vino español ha aumentado gracias a la bajada del arancel. Sé que en Aragón se produce vino, en el Somontano, Cariñena, Campo de Borja y Calatayud. Creo que los españoles y los aragoneses deben aprovechar este acuerdo.
Respecto a la inversión, el Gobierno de Japón está promocionando, alentando a los inversores japoneses para que inviertan fuera del país. Por otra parte, cuando entró en vigor el acuerdo, se organizó un seminario en el que un representante del ICEX dijo que se puede esperar que los españoles inviertan en el sector automovilístico, en el de la ciencia, en el textil o el alimenticio. Japón tiene una ventaja, es un país muy seguro, tiene una infraestructura bien hecha, el transporte público es muy puntual… son detalles, pero también ventajas que ostentamos.
¿Qué consejos le daría a un empresario aragonés sobre qué debe y no debe hacer para introducirse en el mercado japonés?
Japón da la bienvenida a los inversores extranjeros, hay una política para atraer inversiones directas. Si buscas una ganancia fácil, inmediata, quizá Japón no sea un país idóneo, pero si quieres trabajar con la base de una relación duradera y de confianza, estás hablando de los japoneses.
Qué productos aragoneses podrían funcionar bien en el mercado japonés?
La verdad es que no tengo idea de lo que podría funcionar o no. Pero es importante crear una marca reconocible, que sea diferente.
Cómo son las relaciones actualmente entre España y Japón?
Creo que muy buenas, quizá, mejor que nunca. En 2018, el presidente Sánchez visitó Japón y, en ese momento, los dos países acordaron elevar el marco de la relación al rango de asociación estratégica. Eso quiere decir no hablar solo de relaciones bilaterales, sino que vamos a ser socios estratégicos en la comunidad internacional, vamos a trabajar juntos y vamos a hablar de muchos temas que preocupan a todo el mundo. Con este acuerdo, creo que las relaciones entre España y Japón serán más amplias y profundas.