Finalmente, China salió de su Covid particular, volviendo a abrirse al mundo paulatinamente desde hace unos meses, con una asertividad y proyección exterior desconocidas pero atisbadas ya antes del inicio de la pandemia.
Tras la pandemia no parece que haya habido grandes cambios respecto a las líneas directrices del país y su estrategia a largo plazo: la circulación dual y la búsqueda de la autosuficiencia en las no pocas áreas consideradas estratégicas para el desarrollo y la estabilidad del país, la apuesta por el consumo y el mercado doméstico, las tendencias mercantilistas en las relaciones comerciales, el alineamiento público-privado en pos de objetivos nacionales, la I+D guiada como eje fundamental de competitividad, la integración online-offline y civil-militar… y la confrontación más o menos abierta con EEUU por la supremacía mundial.
Todas estas cuestiones ya se anticipaban, de un modo u otro, desde hace algunos años y tendremos que esperar para saber si evolucionan conforme a lo esperado o se tuercen. La novedad es que los años de pandemia han propiciado que Occidente cayera del guindo y, también, que China se haya sentido suficientemente cómoda como para poner las cartas boca arriba, acelerando de paso el ritmo de implementación de su estrategia.

Es posible que nos estemos aproximando hacia un mundo sinocentrista, aunque tal vez sea pronto para poder asegurarlo a ciencia cierta. A través de la llamada Nueva Ruta de la Seda, un concepto amplio que trasciende el ámbito comercial, el país asiático lleva años cimentando su liderazgo mediante el trenzado de redes comerciales y logísticas en todos los continentes, especialmente en los países del Sur global, pero no solo en estos. Además, desde 2005 aproximadamente, iniciando una estrategia de inversión exterior razonablemente bien definida y al servicio de una relativa autosuficiencia, estableciendo redes de aprovisionamiento de materias primas y adquiriendo tecnología y know how.
Desde luego, el país tiene debilidades como, entre otras, la demografía menguante, el maltrecho estado de su sector inmobiliario (hasta ahora principal fuente de ahorro y seguridad percibida de las familias), un sistema financiero poco evolucionado y una marcada desigualdad y una cierta desazón social post-pandémica. Está por ver si el país en su conjunto podrá sortear la trampa del “middle income”… aunque parte del país ya lo haya hecho.
Sobre su modelo de crecimiento también se ciernen ciertas amenazas externas como la dependencia de ciertas tecnologías (cada vez menos, pero aún), un posible recrudecimiento del antagonismo con los EEUU y las repercusiones que este pudiera tener, la dependencia (diría que menguante) de los vaivenes de la economía mundial. No obstante, por motivos que correspondería explicar en otro artículo, creo que en occidente tradicionalmente hemos tendido a exagerar el posible alcance de los males que afligen al país y a minusvalorar la capacidad de reacción de las fuerzas vivas chinas, en un curioso ejercicio de “wishful thinking”.

Y digo curioso porque el hecho es que, actualmente, es difícil encontrar una industria cuya cadena de suministro no pase por China en alguna medida, así que el devenir de nuestra economía está en gran parte ligada al estado de ánimodel gigante asiático. Por otro lado, el país asiático sigue ofreciendo un mercado de 1.400 millones de personas y un tejido empresarial variado e inmenso que sería impropio soslayar, al menos para las empresas con capacidad y recursos para abordarlo. Es un mercado complejo, sujeto a evolución constante y a cambios en las reglas del juego (algunos para bien y otros para mal) pero… ¡menudo mercado!
Las características del país han creado un ecosistema económico propio, crecientemente diferenciado e ininteligible para el no iniciado. A la vez es vibrante e innovador en muchos campos, desde la I+D, vehículo eléctrico, energías renovables, inteligencia artificial y big data, computación… hasta la integración online-offline y la interacción con el consumidor de modos impensables en occidente.
Desde hace años tengo la impresión de que cada día será más difícil para las empresas entender el mercado chino y penetrarlo con un cierto control de la cadena de valor. Pero, claro, no deja de ser un gran mercado en el que “pasan cosas” y, por lo tanto, es un mercado insoslayable. No es apto para los débiles de espíritu ni para los estrechos de cartera, pero es un mercado sobre el que, como mínimo, hay que tener un ojo puesto para no perder la oportunidad de sacar ideas. Un mercado necesario para grandes empresas de ámbito internacional e interesante para empresas competitivas, bien estructuradas, dotadas de pensamiento estratégico y sin miedo a la evolución. Ágiles. Un mercado con innumerables oportunidades de nicho aptas para pymes. Un mercado, también, en el que la unión hace la fuerza entre empresas que, por si solas, no podrían posicionarse adecuadamente. En fin, un mercado difícil pero difícilmente prescindible.
Director de la oficina AREX en China y consultor de negocios internacionales.