Nacido en Maella, Zaragoza, en 1881, y fallecido prematuramente en Reus, Tarragona, en 1934, Pablo Gargallo se destaca como una figura influyente en la renovación de la escultura moderna española. Su habilidad con la soldadura y su atención a las formas curvas y decorativas lo posicionan como un visionario cuya obra desafía las normas establecidas y moldea una nueva expresión escultórica.
Desde sus comienzos, Gargallo comprendió la relación entre el dibujo y la escultura, utilizándolos tanto como un soporte para sus creaciones tridimensionales como una forma de expresión independiente. Su extensa colección de dibujos, destacada en la exposición de la Colección del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, ofrece una visión integral de su desarrollo artístico, desde sus influencias del Noucentisme catalán hasta su inmersión en el cubismo parisino.
El ambiente artístico y cultural vibrante de Barcelona a finales del siglo XIX y principios del XX influyó profundamente en la creatividad de Gargallo. Su formación inicial junto a Eusebio Arnau y su colaboración con personalidades como Picasso en Els Quatre Gats lo sumergieron en un contexto de experimentación e intercambio creativo.
La estancia de Gargallo en París, donde recibió una beca de la Academia de Bellas Artes y se unió a la comunidad de artistas del Bateau-Lavoir, lo introdujo al cubismo, una influencia que cambiaría por completo su estilo artístico.
El cubismo, con su enfoque en las formas geométricas y los espacios vacíos, se convirtió en el elemento central de la expresión artística de Gargallo. Sus esculturas posteriores adoptaron una apariencia plana, cúbica y con huecos, desafiando las concepciones tradicionales de volumen y forma. El Gran Profeta de 1933, una de sus obras más destacadas, personifica esta estética audaz y revolucionaria.
A pesar de los altibajos en su vida, incluyendo un periodo forzado durante la Primera Guerra Mundial debido a problemas de salud, Gargallo perseveró y prosperó en sus últimos años. Su regreso a París marcó un período de gran productividad y creatividad sin igual, culminando en una serie de obras innovadoras que desafiaban las normas escultóricas contemporáneas.

El legado de Gargallo trasciende su prematura muerte. Aunque inicialmente pasó desapercibido en su país natal, el Museo Pablo Gargallo en Zaragoza, inaugurado en 1985, finalmente le dio el reconocimiento que tanto merecía.
Su destreza para unir la innovación vanguardista con un respeto arraigado por la tradición clásica lo posiciona como uno de los escultores más destacados en la transición entre los siglos XIX y XX, un auténtico visionario cuyo legado continúa motivando a múltiples generaciones de artistas.