El primer artículo sobre la historia de Aragón concluía con el enlace de Fernando II e Isabel I de Castilla, una unión dinástica entre los territorios más pujantes de la península ibérica que supondrá sentar las bases para el futuro Reino de España. Más allá de las implicaciones en el mapa mundial que conllevará el desarrollo del nuevo Estado, como con la conquista de América o su expansión en Europa y otros territorios del orbe, el Reino de Aragón pasará a integrarse en esta nueva configuración como un sujeto, en primer término, todavía con entidad propia y, una vez llega la dinastía borbónica, despojado de sus Cortes y autonomía.
De esta forma, y si con los Reyes Católicos tanto Castilla como Aragón mantenían sus Cortes y su autogobierno, a partir de la entrada de los Hadsburgo, la Corona de Aragón va perdiendo peso en el conjunto del vasto imperio que deberán gestionar los Austrias. Para esta nueva casa, lograr avances con el sistema pactista y foral aragonés suponía “muchísimo esfuerzo a cambio de muy poco”, como explica el historiador y creador de la ‘startup’ Historia de Aragón Sergio Martínez Gil.
Como ejemplo de esta paulatina pérdida de influencia y autonomía, Martínez Gil expone que, si con Carlos I se llegaron a convocar hasta en siete ocasiones las Cortes de Aragón, en el periodo que abarca desde el reinado de Felipe II hasta el de Felipe V, unos 150 años, fueron ocho las veces que se convocaron.
Y, una vez llegado el primer Borbón al trono español, Felipe de Anjou, en 1700, Aragón fue una de las áreas más castigadas por el derecho de conquista del nuevo rey tras la guerra de sucesión. La aplicación de los Decretos de Nueva Planta supuso que el territorio aragonés fuera ya gobernado desde el Consejo de Castilla y con las leyes castellanas.
Aragón, sin corona
“Lo más obvio es que desaparece institucionalmente como reino”, afirma sobre ese inicio de siglo XVIII para Aragón el doctor en Historia Daniel Aquillué; aunque matiza: “Eso no quiere decir que desaparezca como un territorio importante en la nueva monarquía borbónica, que tiene también muchas continuidades con el reinado anterior de Carlos II de Habsburgo”.
“Aunque desaparezcan las Cortes de Aragón, la mayoría de las ciudades y villas que tenían representación y voto van a pasar a integrarse en las de Castilla”, explica sobre ese nuevo escenario.
En ese siglo, Aragón va a experimentar un desarrollo económico y será el origen de ilustrados como el naturalista y precursor de las teorías de Charles Darwin Félix de Azara o la pedagoga Josefa Amar y Borbón, que formará parte de la Sociedad Económica de Amigos del País y centrará su atención en la educación de niñas y mujeres. También, del personaje de espíritu renacentista, ya que “toca todas las ramas del saber”, Ignacio Jordán de Asso.
“Y, políticamente, el Conde de Aranda, que va a ser uno de los ilustrados más importantes de la corte”, añade Aquillué, en una lista que también incluye figuras como Ramón Pignatelli o, por supuesto, y en la rama de las artes, Francisco de Goya.
Guerra de la Independencia: Símbolo de resistencia
La llegada del XIX va a suponer, otra vez, comenzar de manera convulsa el nuevo siglo para Aragón. En este caso, por la invasión napoleónica, que convertirá su territorio en frente de batalla y, posteriormente, en icono de resistencia. Unas circunstancias por las que también apelará a sus instituciones originales.
Porque, ante la agresión francesa y el vacío de poder que hubo en 1808, el general José de Palafox, “para legitimarse en el poder y llevar a Aragón a la guerra, convoca las Cortes”. Sobre esta cuestión, destaca: “Hacía un siglo casi que habían desaparecido institucionalmente las Cortes y el Reino de Aragón, pero en la mentalidad y la cultura están muy presentes, tanto en el pueblo como en las élites”.
Así, Zaragoza, como símbolo de la resistencia con los Sitios, pero también el resto de Aragón, se mantienen fieles a Fernando VII, no sin olvidar también casos de afrancesados que apoyaban el influjo extranjero.
En el mapa aragonés se suceden hitos bélicos como el Sitio de Mequinenza y la aparición de figuras como la de Pedro Villacampa, en Teruel, Anselmo Alegre, conocido como El Cantarero, en Monzón, o Felipe Perena, en el Alto Aragón. “La guerra de la independencia en Aragón es mucho más que los sitios de Zaragoza, que son un icono y una bandera de resistencia”, concluye Aquillué.
Sin embargo, también es cierto que esos simbólicos Sitios de Zaragoza se convierten en “un mito nacional español” y en Europa. Algo que pone de relieve, por ejemplo, que en el Reino Unido se publicara el primer libro sobre este suceso al año siguiente, en 1809, que en Nueva York surgiera una canción en honor al general Palafox o que en Varsovia se convierta esta lucha a orillas del Ebro en un ejemplo de resistencia a la tiranía y de combate urbano en los siglos XIX y XX.
Aragón, tierra de ilustrados (y absolutistas)
Durante la guerra, y en el plano político, también hay aragoneses comprometidos en las mismas Cortes de Cádiz, presididas por el turolense Vicente Pascual cuando se aprueba ‘la Pepa’, la Constitución española de 1812. También, “uno de los diputados liberales más importantes es Isidoro de Antillón, un geógrafo ilustrado -de nuevo, turolense- con discursos muy avanzados, por ejemplo, en contra de la esclavitud”, relata el historiador sobre esta figura aragonesa que morirá en 1814 apresado por Fernando VII.
Sin embargo, el nuevo monarca recurrirá, igualmente, a un aragonés cuando ve que el Estado se encuentra sumido en la quiebra económica. Nombró como ministro de Hacienda a Martín de Garay, nacido por circunstancias en El Puerto de Santa María (Cádiz), pero con orígenes en La Almunia de Doña Godina. Sin embargo, este se retirará al municipio zaragozano tras renunciar al cargo que le ofrecía Fernando VII.
Ya en la década de 1820, con el trienio liberal, cobrará importancia la junta revolucionaria que se forma en Zaragoza, como también lo harán personalidades como el, otra vez, turolense, Juan Romero Alpuente, “conocido como el Robespierre español”. También habrá presencia aragonesa en el bando absolutista, con figuras como Luis de Palafox, hermano mayor del célebre general, y Gabriela de Palafox, “que van a estar en el centro de la conspiración para restablecer a Fernando VII como rey absoluto, cosa que consiguen en 1823”, indica el experto.
Y, en este contexto de creación de los modernos estados-nación, el regionalismo surgido en el siglo XIX es uno de los elementos que lo construye. Lo hace como manifestación de españolidad en tanto se pertenece a un territorio y existen expresiones singulares que puedan imbricarse en el conjunto patrio. “En el caso aragonés, también los liberales afirman que uno de los primeros mártires de la libertad española es Juan de Lanuza“, el Justicia de Aragón decapitado por Felipe II en el año 1591.
Nuevas contiendas, viejos frentes de batalla: las guerras carlistas
Ese convulso siglo XIX volverá a encontrar un nuevo conflicto con las guerras carlistas que, cómo no, sitúan a Aragón en el teatro de operaciones. “Parece que cada vez que hay una guerra civil, ya sea la de sucesión en el siglo XVIII, la de independencia, las carlistas o la del siglo XX, Aragón se parte en dos”, adelanta el historiador.
Así, en las guerras carlistas, tanto en la que va de 1833 a 1840 como en la que abarca de 1872 a 1876, el valle del Ebro, la Hoya de Huesca y el Alto Aragón mantendrán una tendencia “más liberal, progresista o, incluso, republicana”. En el bando contrario, el Maestrazgo, el Bajo Aragón y Tauste serán focos reaccionarios o, incluso, contrarrevolucionarios.
Dentro de los carlistas, destacan figuras como la de Manuel Carnicer o Joaquín Quílez. También sobresaldrá el dertosense Ramón Cabrera, el Tigre del Maestrazgo, quien se convertirá en “casi virrey del Aragón carlista con sede en Cantavieja” y que “atemorizará a la revolucionaria y liberal Zaragoza con sus 4.000 milicianos”, afirma Aquillué.
Prueba de la implicación aragonesa en la primera contienda carlista es que resulta escenario de tres de las batallas “más sangrientas”, la de Huesca, el 24 mayo 1837, la de Barbastro, el 2 de junio de 1837, y la de Villar de los Navarros, el 24 agosto de 1837; “las tres, victorias carlistas”, señala el historiador.
También habrá otros combates como la batalla de Maella, en 1838, o la del 5 de marzo de ese mismo año en Zaragoza, que ganan los liberales y que “se convierte en un hito” que todavía se sigue celebrando en la ciudad.
Una sociedad dinámica
El siglo XIX avanzaba y, a la par, lo hacía también Aragón, cuya sociedad era de las “más dinámicas del país” a raíz de la la instalación de importantes industrias como la de la remolacha y la proletarización de las clases populares.
“Va a haber una masa que se va a proletarizar y va a confluir en una ciudad que, a pesar de haber quedado muy dañada y con muy poca población tras la guerra de la independencia, va a crecer en el XIX hasta los 150.000 habitantes, absorbiendo población del resto de Aragón, como ocurre hoy en día”, apostilla el experto.
El nuevo Aragón también se verá influido por la división provincial de 1833, que se mantiene en la actualidad, y por el establecimiento de instituciones estatales en las capitales de provincia o centros de enseñanza como los institutos de Secundaria. En ese contexto, “la burguesía va a estar en auge”, de manera que desplazará y entablará relaciones con la antigua aristocracia.
Este nuevo magma social también llevará a una polarización derivada de la desigualdad económica. “El artesanado que venía del Antiguo Régimen pierde algunos de los privilegios que tenía y acaba proletarizado”, explica Aquillué, a la vez que aparecen “nuevos ricos que se hacen con tierras desamortizadas de la Iglesia, una nueva burguesía terrateniente” y “las mujeres cambian su estatus en la nueva sociedad burguesa”.
También de este periodo es original el auge del pilarismo y, en terrenos más hedonistas, la creación de delicias gastronómicas que en la actualidad siguen copando espacios privilegiados en las reposterías como el oscense pastel ruso.
En esa época también destacan muestras como la Exposición Aragonesa de 1868, que refleja el desarrollo industrial y tecnológico del territorio, y la Hispano-francesa de 1908, impulsada por el empresario Basilio Paraíso y que se convierte “en un éxito total”.
Tiempos nuevos, industria y movimientos obreros
En este periodo también cristaliza en Aragón un fuerte movimiento obrero y, ya en el sexenio revolucionario (1868-1874), llegan a la capital aragonesa enviados de la Internacional socialista. “Pero en Aragón va a tener mucha importancia, en concreto, en Zaragoza, la CNT, que se funda en 1910; de hecho donde más peso va a tener en toda España es en Barcelona y en la capital aragonesa”, destaca Aquillué, que observa que esta ciudad será una de las que sumen más huelgas del país en el periodo comprendido entre 1910 y 1923.
Unas décadas antes, ya a finales del siglo XIX, el influjo del Desastre del 98 tuvo un doble impacto en Aragón. “Uno, económico, que vino muy bien, tremendamente bien”, recalca el historiador. Lo fue a consecuencia de la pérdida de Cuba, que lleva a cambiar la industria de la caña de azúcar por la de la remolacha, lo que implicó la industrialización del valle del Ebro. Sin embargo, el segundo impacto, el intelectual, encuentra en figuras como la del montisonense Joaquín Costa el reflejo del pesimismo derivado de los sucesos de 1898.
En el primer tercio del siglo XX, relata el experto, Aragón sufrirá durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera cierta represión hacia sus símbolos y modos singulares, táctica que replicará el franquismo poco después. Pero, antes, la II República encuentra en las tres capitales aragonesas un apoyo total, ya que las candidaturas republicanas “barren a los monárquicos” y la proclamación de la República, el 14 de abril, se celebra “como una fiesta”.
Aragón se parte en dos: guerra civil
Y, de nuevo, ante la gran contienda nacional que es la guerra civil, Aragón queda “partido en dos” de norte a sur. En el lado occidental, el sublevado, “se inicia inmediatamente la represión”, mientras que en el oriental, el republicano, “quiebra el Estado” y también comienza “la violencia anticlerical, que tiene especial énfasis en Barbastro”.
En este periodo bélico también destaca la creación del Consejo Regional de Defensa de Aragón, con capital, primero, en Fraga y, posteriormente, en Caspe. Se trata, a juicio de Aquillué, un hecho “muy singular”, ya que nunca antes se había desarrollado ese experimento de Estado anarquista.
De nuevo, y como sucedió en otras contiendas, en la guerra civil Aragón volverá a ser escenario de grandes batallas como la de Belchite, la de Teruel, ejemplo de “guerra total”, o la decisiva batalla del Ebro.
Franquismo, Transición y democracia
La victoria del lado sublevado y la postguerra se desarrollarán en Aragón con manifestaciones de importancia como la que representan los maquis, esa continuación de la guerra de manera irregular, que impactará sobre todo en la provincia de Teruel.
Cerca una década después, en los años 50, Zaragoza será elegida como uno de los polos de desarrollo del país, lo que también tendrá como consecuencia una nueva despoblación del Aragón rural, que hará su éxodo a la capital, en este caso, “casi” de manera definitiva.
En las postrimerías del franquismo, en Aragón también se desarrollan movimientos de oposición como el estudiantil, el sindicalista o el vecinal. Signos de unos tiempos que tendrán como siguiente parada la Transición, la llegada de la democracia y la aprobación de la Constitución en 1978.
En ese contexto, y con el nuevo sistema político, Aragón accederá a su nuevo Estatuto de Autonomía por la vía lenta, en el año 1982. Esas nuevas instituciones y modelos de gobierno son los que siguen vigentes, más de 40 años después.