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26 abril 2024

Javier Hernández: “Somos casi una burbuja en el ambiente político español”

Javier Hernández (Barcelona, 1962) es el lugarteniente del actual Justicia de Aragón, Ángel Dolado, desde octubre de 2018. Su recorrido vital hasta llegar a esta institución casi milenaria -más de 900 años de historia- le ha llevado desde su Cataluña natal a Aragón, tierra de la que se considera ciudadano “de opción”. Y del Ejército del Aire a ejercer el Derecho. También, a transitar el ámbito deportivo, pues compitió como vallista, lo abordó en los medios de comunicación e incluso llegó a ostentar la presidencia de la Federación Aragonesa de Atletismo.

En una entrevista con Go Aragón, Hernández ofrece su punto de vista sobre la Comunidad y analiza el funcionamiento del Justiciazgo, una figura eminentemente aragonesa en la que pesa mucho la historia, pero que también afronta retos futuros.

¿Cuál es, para usted, el estado de salud de Aragón?

Creo que en Aragón somos, quizás, algo distintos al ambiente político y social del resto de España. El concepto del pacto en Aragón, tan famoso, sobre todo, desde Joaquín Costa, se lleva. Tenemos un cuatripartito. Cuando dices fuera de Aragón que está gobernando un cuatripartito, y con la ideología política de los cuatro partidos que lo conforman, sorprende. Como sorprende la actitud de determinados grupos, que en otros sitios son muy extremistas y, en las Cortes de Aragón, tanto por la izquierda como por la derecha, los conforma gente muy cabal y en pro de hacer cosas. Y eso se refleja en la sociedad, pues la sociedad aragonesa es tranquila, confiada, a veces, pero muy consciente de lo que está pasando. Por eso, aquí nunca se rebla. Creo que somos casi una burbuja en el ambiente político español, para bien de Aragón.

¿Por qué puede suceder este fenómeno, que se diga de este territorio que es tierra de pactos?

A bote pronto, diría que posiblemente sea por nuestra configuración entre la montaña y el llano, eso nos ha hecho relacionarnos. Me acuerdo siempre de uno de mis grandes maestros, Arturo Ipas, que era de Ansó, que siempre contaba cómo se bajaba desde el Pirineo con el ganado al llano, a Luna, Erla… y las relaciones que había entre la gente de la montaña, con su aspereza, a veces, y la del llano, de otra forma. Nos ha llevado a hacer pactos la propia concepción geográfica de Aragón; con nuestros grandes vecinos potentes en Cataluña, el País Vasco… Aragón se ha tenido que buscar la vida y solo se busca uno la vida pactando y buscando soluciones, no creando problemas.

La tradición de juristas que ha habido en Aragón o la propia figura del Justicia, ¿puede ser una manifestación de ese buscar entenderse?

Eso ya es una raíz en la historia. Viene del reino de Aragón, que se configura como una monarquía que nace de los propios nobles. El mismo juramento del rey era así: “Nos, que somos tanto como vos y todos juntos valemos más que vos, os hacemos rey de Aragón, si juráis los fueros y si no, no”. Nuestra raíz, incluso en el Derecho, no es romana, es un derecho germánico, del cual tenemos todavía muchos rasgos importantes. En Aragón no se hereda como se hace en el resto de España, se hace con legítimas colectivas y no por estirpe o por cabezas. No tenemos patria potestad, que es una figura típica del derecho romano, sino que tenemos autoridad familiar. Tenemos cosas que son de otra forma al derecho castellano, que es, al final, el que acaba absorbiendo toda España.

El lugarteniente del Justicia de Aragón, Javier Hernández, en el campus universitario de Zaragoza. FOTO: Marcos Díaz
El lugarteniente del Justicia de Aragón, Javier Hernández, en el campus universitario de Zaragoza. FOTO: Marcos Díaz

¿Cree que fue un acierto recuperar la figura del Justicia en el Estatuto de Autonomía de 1982?

Cuando al anterior Justicia, Fernando García Vicente, se le preguntaba la diferencia entre el defensor del pueblo y el justicia, él siempre lo solventaba de una forma muy gráfica: 900 años. No somos lo que era el Justicia histórico, prácticamente no tenemos nada que ver; casi conservamos únicamente el nombre, pero es un peso que tenemos para lo bueno y para lo malo. Para lo malo, en cuanto a que se espera de nosotros muchísimo, pero para lo bueno también, porque se nos da una ‘autoritas’, una forma de ser; la historia pesa. De hecho, dentro de tres semanas hay en la facultad de Derecho un congreso entre las facultades de Zaragoza y de Turín en el que vamos a tratar la figura histórica de todos los defensores y la figura actual. Y el eje en el que va a girar todo el congreso entre dos países va a ser el Justicia de Aragón como lo que fue y como lo que es.

Precisamente, hace poco la Unión de Consumidores de Aragón solicitaba más competencias para el Justicia, ¿qué opina de la propuesta?

No estoy de acuerdo. La gran competencia que se pide para todas las defensorías, no solo para el Justicia, es la capacidad coercitiva de nuestras decisiones. Para nada. Para hacer cumplir la ley están los juzgados, nosotros estamos para otras cosas. Somos una alta magistratura moral y, por lo tanto, tenemos que convencer más que vencer. O, parafraseando a la inversa a Unamuno, tenemos que vencer convenciendo. Hemos de hacer ver a la administración que hay otra forma de hacer las cosas, pero nunca podemos ser coercitivos. No somos jueces ni lo queremos ser.

Y, para usted, ¿qué supone pertenecer al Justiciazgo?

Yo, que fui suboficial del Ejército del Aire y me tiré muchos años debajo de un avión cambiando trenes de aterrizaje, y que he tenido una carrera jurídica que considero importante; y que hace 25 años estuve en el Justiciazgo como asesor de base, llegar como asesor jefe y hoy en día como lugarteniente y, lamentablemente, Justicia en funciones, es lo máximo que un jurista aragonés puede pretender ser. Es algo que ningún alumno de la facultad de Derecho piensa que pueda ser. Y yo, que sé de dónde vengo, es lo máximo que podía alcanzar en mi vida jurídica.

Aunque ha sido una figura de referencia para las defensorías, ¿por qué no se han extrapolado más rasgos del Justiciazgo a otros lugares?

La actual configuración de los defensores toma su base de los ‘ombudsman’ nórdicos, sobre todo, del siglo XIX en Suecia. Se configuran como un comisionado parlamentario para que se trate bien al ciudadano, que este pueda defenderse ante la vulneración de sus derechos. Nosotros siempre decimos que somos eso, pero no solo eso, y somos algo distinto a eso.

Primero, porque no somos un comisionado parlamentario, nosotros no dependemos de las Cortes y no son las Cortes las que nos nombran como un representante de ella, somos una figura institucional aparte. De hecho, en Aragón somos la cuarta institución estatutaria y, protocolariamente, el Justicia es la tercera autoridad.

Pero, además, tenemos otras competencias, como la tutela del ordenamiento jurídico aragonés, tanto del público como del privado. En Aragón tenemos derecho civil propio y es una labor del Justiciazgo el tutelarlo, y tenemos también la defensa del Estatuto de Autonomía. Digamos que, en el mundo de las defensorías, somos algo muy distinto; somos un referente y somos algo que hasta se envidia por la capacidad de presión que tenemos, por el peso de la historia y la aceptación social. Eso, en otras defensorías, tanto españolas como de otros sitios de Europa, no se contempla, no dejan de ser casi una oficina administrativa, cosa que nosotros para nada somos.

Hernández, bajo una foto del abogado Joaquín Gil Berges. FOTO: Marcos Díaz
Hernández, bajo una foto del abogado y exministro de Justicia altoaragonés Joaquín Gil Berges. FOTO: Marcos Díaz

Desde el Justiciazgo, ¿cuáles son los problemas que observan que más preocupan a los aragoneses?

Diferenciaría dos cosas, lo que más preocupa a los aragoneses y lo que más nos preocupa a nosotros de lo que nos dicen los aragoneses. Tenemos bien claro desde el mandato del Justicia Dolado que tenemos que estar muy en pro de la justicia social. Tienen que ser muy importantes aquellas capas de la sociedad más desfavorecidas; gente sin techo, personas con discapacidad, menores, mayores en situación complicada… eso no quiere decir que no tramitemos también quejas de funcionarios a los que no se les da el destino o una multa de tráfico que se considera indebida. Pero nosotros tenemos que estar muy volcados en los sectores de la sociedad más desfavorecidos. Y es en esos en los que tenemos que plantear todos nuestros esfuerzos.

¿Y cuáles son los principales retos que debe afrontar la institución en el futuro?

Somos personas en el Justiciazgo que estamos aquí porque queremos, podríamos estar en otros ámbitos profesionales y no nos duelen prendas al reconocer en lo que fallamos. No hemos sido capaces de implementar la mediación en el Justiciazgo. En el defensor del pueblo andaluz tienen un gran departamento de mediación, de tal forma que es capaz de sentar en una mesa al ciudadano y a la administración para que entre ellos salga la solución, que no se imponga. Esto es un sistema que nosotros estamos intentando trabajar mucho, pero nos está costando.

También creemos que a la institución se le conoce, pero no se conocen sus funciones y todo lo que puede llegar a hacer, es algo que tenemos en el ‘debe’. Y, sobre todo, los plazos. Nuestros plazos internos de tramitación de expedientes son muy cortos, pero hay un momento en el que dependemos de las administraciones. Y no es normal que se nos tarde 60 o 90 días en contestar. Al ciudadano no se le puede dar ese servicio. No nos tenemos que olvidar que todo el sector público tenemos una razón de ser, que es el ciudadano; nos debemos a él y para eso estamos. Y a él le tenemos que dar cuenta.

Usted ha comentado alguna vez que es aragonés de opción, no de adopción…

Sí, soy nacido en Barcelona de padres castellanos. Nunca renegaré de que soy nacido en Barcelona, pero soy aragonés de opción. En el mundo jurídico, en lo que respecta a la ley personal, la que define qué derechos se nos aplica, es la vecindad civil. Yo era de vecindad civil catalana, como podía ser navarra, gallega, vasca o de código común, y a los dos años -de residir en Aragón- se puede optar por ser aragonés. Automáticamente, cuando llevas diez años en una comunidad con vecindad civil propia, la adquieres, salvo que digas lo contrario. Pero yo no me esperé a los diez años; mi mujer, que también es catalana de nacimiento, sí que se esperó y ahora ya es aragonesa. Yo, a los tres años de estar aquí, opté por ser aragonés. Además, creo que el derecho aragonés es mucho más moderno, aunque venga de la Baja Edad Media. Es un derecho más garantista, que permite la voluntad de las personas en cuanto a sucesiones, al régimen matrimonial, a la mayoría de edad civil a los 14 años… yo opté por ser aragonés.

Hernández, a las puertas de la facultad de Derecho de la Universidad de Zaragoza. FOTO: Marcos Díaz
Hernández, en la entrada de la facultad de Derecho de la Universidad de Zaragoza. FOTO: Marcos Díaz

¿Y qué es lo que más le sorprendió de la sociedad aragonesa cuando vino aquí?

La sociedad aragonesa es una sociedad muy tranquila, a la que le cuesta mucho hacer cosas nuevas. Siempre me acuerdo de la frase ‘y, ¿para qué?’. Quizás, porque nunca ha tenido grandes problemas en cuanto a sus relaciones internas, ha sido capaz de tirar para adelante. Es una sociedad que no vivió el desarrollo industrial, que ha pasado de ser una sociedad terratenientista en cuanto a explotaciones agrícolas a terratenientista en cuanto explotaciones urbanísticas. Es una sociedad noble, que se toma muy en serio el ser aragonés y muy fácil de adaptarse a ella. Viniendo de donde vengo, y nunca renegaré de mis raíces tanto castellanas como catalanas, aquí uno se puede acomodar muy bien por lo bien que te reciben.

¿Y qué peso le da a esta tierra y su historia en España y Europa?

Creo que tenemos, quizá, más peso en Europa del que podemos tener en el país. En España se nos quiere mucho a los aragoneses, se nos valora, pero qué duda cabe que nuestra población, nuestro millón trescientos mil habitantes, da para lo que da y, como eso se tiene que traducir en escaños, se nos tiene en cuenta lo que se nos tiene en cuenta. Pero, sin embargo, creo que hemos conseguido que siempre que llega un aragonés a cualquier sitio se le valore en España. Y en Europa, también.

Muchas veces no somos conscientes del alto nivel de personalidades de todos los ámbitos que tenemos. Casi nadie conoce en Aragón que la directora de la Biblioteca Nacional, Ana Santos, es una aragonesa. O cuando hace dos años le dimos la medalla del Justicia al profesor Carlos Martín Montañés, que es el gran impulsor de la vacuna contra la tuberculosis a nivel mundial. No somos muchas veces capaces de valorar los grandes técnicos y científicos que tenemos en Aragón. Y ya no hablo de las artes, con Irene Vallejo, Bunbury o el fallecido Saura. Son gente que lamentablemente muchas veces se ha tenido que ir a Madrid, pero que siguen sintiéndose aragoneses. Se lo decía el otro día a Ana Santos: puede costar ser aragonés, como me ha costado a mí, pero lo que nunca se consigue es dejar de serlo.

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