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7 noviembre 2025

Aragón e Iberoamérica: tan lejos, tan cerca

Lazos históricos, culturales y sentimentales han ido tejiendo entre Aragón y los países latinoamericanos una red de influencias hoy perceptible a ambos lados del océano Atlántico

La migración, la globalización o la interconexión han roto muchas barreras geográficas o, al menos, las han hecho mucho más permeables, pero estos son fenómenos relativamente recientes, por lo que Aragón —durante siglos, un territorio de interior, poco dado a la emigración o a los intercambios comerciales con ultramar—, hasta bien entrado el siglo XX, tuvo escasos, aunque no por ello menos relevantes, contactos con los países iberoamericanos.

Esos primeros encuentros llegaron de la mano de un puñado de exploradores, militares o religiosos de origen aragonés, que entre los siglos XV y XVIII, se fueron enrolando en distintas expediciones. Uno de aquellos fue el barbastrense Miguel Díez de Aux, que llegó a la isla Española en la flota de Bartolomé Colón en 1494 y al que se le atribuye la paternidad del primer mestizo de Hispanoamérica: Miguel Díez de Aux “El Joven”.

Entre los religiosos, uno de los pioneros en establecer un puente entre Aragón y el “Nuevo Mundo” fue el monje cisterciense que acompañaba a Hernán Cortés y que, en el siglo XVI, envió desde México al abad del zaragozano Monasterio de Piedra las primeras semillas de cacao que entraron en Europa.

Detalle del cuadro de Juan Manuel Blanes Artigas en la Ciudadela

En el ámbito militar, el aragonés Juan Antonio de Artigas, oriundo del municipio zaragozano de La Puebla de Albortón, llegó a ser alcalde provincial de Montevideo a mediados del siglo XVIII y su nieto, el general revolucionario, José Gervasio Artigas, es hoy considerado “padre de la patria” de Uruguay. 

Otro personaje que luchó por la independencia, en este caso de Cuba, estrechamente vinculado con Aragón, fue el político, poeta, periodista y filósofo José Martí. Nacido en La Habana en 1853, de padre valenciano y madre canaria, Martí residió en Zaragoza desde mayo de 1873 hasta noviembre de 1874, licenciándose en Derecho y Filosofía por la Universidad de Zaragoza.

Hoy, la ciudad lo recuerda con una placa en la casa donde residió, en la calle Manifestación; con un busto en el Paraninfo de la Universidad y gracias al libro La España de José Martí, de Manuel García Guatas, que sigue sus huellas por Aragón. Esta tierra y sobre todo sus gentes también dejaron una profunda huella en Martí, como plasmó en versos como estos:

“Para Aragón en España

tengo yo en mi corazón

un lugar, todo Aragón,

franco, fiero, fiel, sin saña…”

En esa época, finales del siglo XIX, comenzaban las primeras migraciones trasatlánticas de españoles en busca de la prosperidad económica. Venezuela y sobre todo Argentina concentrarían —según el libro Aragoneses en América (siglos XIX y XX), de los profesores Vicente Pinilla y Eloy Fernández— aquellas migraciones finiseculares de los aragoneses y, hasta la Segunda Guerra Mundial, seguiría siendo Argentina y también Cuba los lugares que absorbieron la mayoría de la emigración aragonesa.

El siguiente punto de inflexión en las relaciones de Aragón con Iberoamérica ya sería el exilio provocado por la Guerra Civil española, que envío hasta tierras, sobre todo, mexicanas, pero también argentinas y chilenas, a cientos de aragoneses, entre los que se encontraban numerosos intelectuales, como el oceanógrafo Odón de Buen o el cineasta Luis Buñuel. 

De ambos movimientos migratorios quedan descendientes de aragoneses que tratan de mantener viva su memoria y tradiciones, desde casas o centros aragoneses que aún perviven en Argentina, Brasil, Venezuela, Chile, Cuba y México, pues, como escribió Manuel Albar, en la revista “Aragón”, editada en México en el año 1943: «El aragonés no es pueblo viajero. Son pocos los aragoneses que se lanzan a correr el mundo, y los que se lanzan, no se desarraigan, en espíritu, jamás». 

Culturas que se retroalimentan

El legado más importante de aquellos primeros contactos entre aragoneses y diferentes países latinoamericanos es un sentimiento fraternal de cariño mutuo, pero también, un intercambio de influencias que fueron enriqueciendo las culturas, tanto de unos como de otros. Entre estos intercambios, quizás el más antiguo sea el gastronómico, que se inició con la llegada a Aragón de alimentos americanos que han arraigado fuertemente en nuestro recetario, como el chocolate o el tomate —hoy uno de los productos más representativos de la huerta aragonesa— y los pimientos, ambos, ingredientes protagonistas de uno de los platos más representativos de la cocina tradicional aragonesa: el chilindrón. 

También al otro lado del Atlántico se adivinan herencias de ese trueque centenario, como las almojábanas, dulces que comparten algunos territorios aragoneses con la lejana Colombia. Precisamente, este país fue sede, en el año 2010, de un encuentro culinario al que acudió una delegación aragonesa formada por renombrados cocineros, con el fin de analizar la huella que España dejó en las mesas colombianas y de mostrar algunos platos de la cocina aragonesa, entre los cuales, no faltó el Ternasco de Aragón o el pollo al chilindrón.

Ramsés González. Foto: Cancook

Actualmente, en un momento en el que el flujo migratorio se ha dado la vuelta, atrayendo hasta Aragón a gentes de toda Hispanoamérica, son muchos los profesionales de la cocina que practican la fusión con total naturalidad, mezclando productos y técnicas de sus lugares de origen con los de su tierra de acogida. Algunos ejemplos son el chef de ascendencia cubana, Ramsés González, que dirige Cancook, restaurante con estrella Michelin; el laureado barman nicaragüense Roger Guevara, al frente del Mai Tai; el ecuatoriano Bryan Mauricio Guyanlema, que rinde tributo a su tierra desde su Chakana, o, más allá de Zaragoza capital, la argentina Fabiana Arévalo, que regenta Baudilio Restaurante en la preciosa localidad de Valderrobres, en Teruel.

En pleno siglo XXI, otro foco importante de retroalimentación cultural, educativa y científica es la Universidad de Zaragoza, estrechamente vinculada con homólogas americanas, a través del programa de movilidad “Americampus”, que conecta con universidades chilenas, mexicanas salvadoreñas, peruanas y dominicanas; de numerosos programas de intercambio de personal docente, así como de proyectos comunes de colaboración.

Artes de ida y vuelta

El cine, la literatura o la música también son terrenos abonados para la colaboración americana-aragonesa. El camino abierto por Luis Buñuel —que desarrolló gran parte de su carrera cinematográfica en México— sigue siendo transitado por cineastas aragoneses actuales como demuestran coproducciones como La Estrella Azul, que describe el viaje del roquero zaragozano Mauricio Aznar por tierras argentinas; o el documental Petro, en el que, junto a una productora estadounidense y otra colombiana, participó la zaragozana Mil y una historias.

En el mundo de la literatura, el vínculo sentimental entre Aragón e Hispanoamérica comenzó con el exilio, cuando el poeta Pablo Neruda fletó el barco Winnipeg, en 1939, para dar cobijo en su país a más de 2000 exiliados españoles, entre los que había también aragoneses. Unas décadas más tarde, otros escritores chilenos —José Donoso y Mauricio Wacquez— encontrarían refugio y fuente de inspiración en el turolense pueblo de Calaceite. En la actualidad, esas relaciones no han hecho más que afianzarse, a través de la colaboración entre escritores e ilustradores de uno y otro lado del océano, la participación de creadores aragoneses en festivales americanos y viceversa, la celebración de exposiciones colectivas en los dos continentes, etc.

Foto: https://www.lahuellasonora.com/biografia/

Pero si hay un arte que viaja de un lado al otro, sin cortapisas, creciendo, evolucionando y fusionando influencias libremente, esa es la música. Se dice que la primera música de ida y vuelta que comparten Aragón y América es la jota que, tras pasar por el filtro mexicano, dio lugar a la ranchera. La primera de muchas, pues en adelante han sido unos cuantos los músicos aragoneses que se han dejado imbuir por sonidos transoceánicos. Dos de los referentes son, sin duda, Santiago Auserón, un entusiasta de la música cubana nacido en Zaragoza, y Enrique Bunbury que, tras conquistar al público hispanoamericano, anuncia un disco grabado con músicos americanos y fuertemente influido por sus sonidos.

Ha habido y hay más: Los Mestizos, grupo que en los ochenta se atrevía con rock latino desde Huesca; Amankay, formación maña que surgió en los 70 interpretando música andina; el zaragozano Jorge Usón, que con De Carne y Hueso defiende un repertorio de milongas, zambas y chacareras… y llegarán más, pues vivimos en un momento en el que la música latina casi ha desbancado a la todopoderosa industria anglosajona, como demuestran las listas de éxito o festivales como el Vive Latino que Zaragoza lleva tres años organizando.

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