“¡Oh Palacio de la Alegría!, ¡Oh Salón Dorado! / gracias a vosotros llegué al colmo de mis deseos. / Y aunque mi reino no tuviera otra cosa / para mí sois todo lo que pudiera anhelar”.
Con estas palabras describía Abú Yaáfar al-Muqtádir, rey de la taifa de Zaragoza, el Palacio de la Aljafería que mandó construir.
Pasear por la Aljafería es uno de los pocos privilegios de los puede presumir un Presidente de Aragón. Allí debemos acudir cada semana los miembros del Gobierno para dar cuenta de nuestra acción, puesto que en ese majestuoso palacio se encuentran las Cortes de Aragón.
Caminar por sus distintos rincones es, posiblemente, uno de los mejores ejercicios para comprender el legado histórico que los aragoneses han depositado en nuestras manos para custodiarlo y engrandecerlo. No en vano es en el Salón Dorado de la Aljafería donde los presidentes toman posesión.
Cualquier aragonés se estremece recordando que allí mismo disertaba el filósofo Avempace, que contribuyó con sus comentarios sobre Aristóteles a mantener el legado del antiguo filósofo griego que tan relevante ha resultado a la postre en la configuración de lo que hoy somos todos los europeos. Avempace, como buen zaragozano y aragonés que era, hizo en su campo de estudio lo que mejor sabemos hacer: abrir caminos.
También se puede recordar el paso por ese palacio de Rodrigo Díaz de Vivar, desterrado de un reino vecino por defender el honor de su rey legítimo o a Fernando el Católico, que tuvo la indiscutible habilidad de insertar nuestro carácter en un proyecto que estábamos llamados a construir y a liderar: España.
Aragón, en definitiva, no es solamente un lugar en el mapa que recorrer admirando su riqueza turística, ni un paisaje verde o desértico según la carrera por la que se pretenda conocerlo. Aragón somos los aragoneses. Aragón fueron Gracián, Goya, Ramón y Cajal, María Moliner, Luis Buñuel y tantos otros que abrieron caminos. Y son también aquellos que hoy abren caminos.
Se dice que el ser humano es esclavo de su pasado. Pero pienso que no es cierto. Prefiero pensar que somos herederos de un legado de luces y sombras, de aciertos y errores que configura lo que hoy somos.
Solo así se puede ser consciente del inmenso encargo que recibimos de los ciudadanos cuando nos señalan con su voto el camino a seguir. Es a través de esa cesión de su libertad como intentan dar sentido a tantos siglos de historia vivida.
El Aragón de hoy es, como históricamente lo fue, el proyecto colectivo que nos une y nos convoca a todos hacia un futuro común y feliz con el resto de los españoles.
Por eso, cuando llevamos ya recorridos casi un cuarto de siglo del nuevo milenio, las preguntas que debemos hacernos no es quiénes fuimos o quiénes somos, sino quiénes queremos ser y cómo queremos honrar a quienes nos precedieron y a quienes nos continuarán.
Porque cada aragonés es la demostración viva de que Aragón es un sentimiento que va más allá de nuestras fronteras, una actitud que trasciende el tiempo y un compromiso vital que nos sigue conmoviendo y en el que apoyamos nuestra capacidad de superación. Esos tres pilares han constituido el afán de esfuerzo de los aragoneses en las últimas décadas, delicadamente cristalizado en proyectos concretos, sigue vigente y más vivo que nunca.
Por eso sigue vigente nuestra hospitalidad sincera y el ofrecimiento de lo que hoy, como región europea de primer nivel, podemos entregar como regalo de bienvenida a quienes también quieren compartir con nosotros sus ambiciones y sus anhelos.
Gentes de todo el mundo llevan siglos viniendo a Aragón para quedarse. Ya saben lo que es. Un lugar libre, seguro y amable. Por algo Zaragoza sigue ganando población y se ha convertido ya en la cuarta ciudad de España. Por algo Huesca es recordada por viveza y dinamismo. Y también por algo, Teruel preside un territorio mágico en el que perderse es, en realidad, volver a encontrarse con lo mejor de uno mismo.
Así, nuestro inmenso territorio proporciona oportunidades únicas, y sumergirse con entusiasmo en las tareas diarias es integrarse con pleno convencimiento en este presente tan vibrante. Todo ello con la pasión con la que barnizamos nuestro carácter.
Aragón tiene clara su vocación diversificadora. Igual que nuestro paisaje es múltiple, nuestra economía es diversa. Desde el cereal de nuestros campos hasta la industria más innovadora. Garantías de éxito que se apoyan en la logística. Porque también nuestra situación geográfica nos convierte en un inicio de todos los caminos que abrimos.
Apostamos por la investigación y no creemos en ella sólo como un medio para alcanzar objetivos, sino como una palanca que nos conecta con lo más íntimo de nuestro ser, donde cada chispa creativa es protegida e impulsada porque en cada una de ellas prende el futuro de todos.
Y sabemos que esa llama se aviva con una nuestra educación en libertad y de calidad. Cada alumno, igual que cada aragonés, es único y guarda dentro de sí capacidades de desplegará en el momento preciso: cuando se le presenten los desafíos en los que pueda destacar por su carácter.
Una sociedad abierta como la aragonesa, lo es porque se siente unida. Porque vive unida. Porque convierte cada movimiento en una danza compartida. Los aragoneses somos gentes sensibles que palpitamos al son de nuestra jota, esa música universal con la que celebramos nuestras alegrías y conquistamos corazones.
El Aragón de todos es, en definitiva, el Aragón que cada uno sueña. De dentro y de fuera. No hace falta haber nacido en Aragón para ser aragonés. Basta con querer recorrer esos caminos ya abiertos o iniciar los nuevos. Basta con ser esforzado y tenaz. Basta con disfrutar de ese carácter propio abierto e integrador que atraviesa nuestra historia común. La misma historia que se creaba en la Aljafería, y por la que transitaron tantos y tantos que dejaron su huella. Aquellos que, siglos después, nos contemplan y nos impelan a honrar cada día su legado. Y esperan de nosotros que dejemos una huella y un legado para las generaciones venideras.
Jorge Azcón, presidente del Gobierno de Aragón