Al abordar un tema como la pintura aragonesa desde el siglo XVII hasta el XX, es inevitable que el tremendo peso de un gigante como Francisco de Goya marque gran parte del relato. Su influencia en el recorrido pictórico universal es bien reconocida y, por supuesto, tuvo su reflejo en sus artistas conterráneos. Sin embargo, la riqueza del legado de la pintura de Aragón trasciende al propio genio de Fuendetodos con nombres propios que, influidos o no por su trabajo, mantienen una personalidad propia.
Y, antes que Goya, el territorio aragonés ya proveyó al mundo de figuras destacadas. De hecho, para el pintor zaragozano Eduardo Laborda, en este territorio hubo artistas “de primerísima, siempre”. Así, recuerda que la Corona de Aragón llegó a ser “potencia mundial” y tuvo bajo sus dominios territorios mediterráneos incluso en Italia.
Sin embargo, y para no extender demasiado este artículo, su repaso cronológico empezará ya en el siglo XVII, con el barroco Jusepe Martínez (Zaragoza, 1600-1682), amigo de otro genio universal como Velázquez y que llegó a ser nombrado pintor del rey ‘ad honorem’, entre cuyas obras destacan algunas como Santa Cecilia, que se conserva en el Museo de Zaragoza.
Siguiendo con autores barrocos, llega el turno de José Luzán (1710-1785) maestro de Francisco Bayeu y del mismo Goya. Sus dos discípulos, por cierto, acabarían estando emparentados, pues el segundo se casó con Josefa, la hermana de Francisco. Este último, a su vez, ostentó la figura de pintor de la Corte, un puesto que también ocupó el autor de las pinturas negras.
Llega el genio
Con Goya, Laborda se muestra claro al evaluar su peso en la pintura de Aragón: “Todo”, destaca. “Ha sido la figura en torno a la cual ha girado una buena parte del arte aragonés”, señala el artista, que observa que su influencia llega hasta bien entrado el siglo XX, en autores como Santiago Lagunas. “Esos colores oscuros, terrosos, intentaban ser goyescos, imitando en lo cromático a las pinturas negras de Goya”, describe.
De hecho, ese tremendo campo gravitatorio de su legado, para Laborda “ha sido, en algún aspecto, negativo, porque ha ocultado todo lo demás”. En ese sentido, recuerda que la pintura aragonesa “siempre ha sido luminosa” y que la fuerza de las pinturas negras, “una de las cumbres de la historia del arte”, trastocó el recorrido pictórico posterior. “Todo el mundo ha ido a parecerse en algo y siempre se ha imitado no lo luminoso, como los tapices; han ido casi todos a lo oscuro”, evalúa.
El camino por el arte pictórico de Aragón continúa con Valentín Carderera (1796-1880), altoaragonés, destacado retratista, pintor de la Corte de Isabel II y que siguió la estela de Goya, aunque nunca llegó a coincidir con él. También impulsó la creación del Museo de Huesca, al donar al centro obras de su colección.
En su repaso, Laborda también reivindica otras figuras que se movían en los márgenes de la pintura y en otras expresiones, como el dibujante y periodista Agustín Peiró (1835-1905) o “el rey del cartel”, Marcelino de Unceta (1835-1905), gran figura de la cartelería taurina junto con el litógrafo Eduardo Portabella y que también se encargó de trabajos como el del telón de boca del Teatro Principal de Zaragoza.
Un artista con personalidad propia
Tras él, llega otro de los grandes nombres de la pintura de Aragón, Francisco Pradilla (1848-1921). “Pradilla tiene personalidad propia”, afirma Laborda sobre el de Villanueva de Gállego, aunque observa también alguna posible influencia goyesca. Sin embargo, considera que no la toma de manera directa, “sino por la pintura inglesa y francesa” y por el influjo de Italia, pues ambos disfrutaron de estancias en ese país, que les marcaron significativamente.
Para el experto, a su vez, Pradilla “influyó muchísimo en la pintura española, más de lo que se le reconoce”, con un influjo en su trabajo, por otro lado muy potente de Galicia, de donde era su mujer y el lugar al que acudía a pasar sus días de asueto.
Sobre este artista, autor de obras como Juana la Loca o La Rendición de Granada, Laborda destaca también su vinculación con las atmósferas acuosas. “Va buscando el agua, la humedad”, insiste acerca de un Pradilla que, por cierto, dio sus primeras pinceladas vinculado a otro destacado nombre, el escenógrafo aragonés Mariano Pescador.
De este pintor también resalta su relación con otro grande, Mariano Fortuny, un “personaje clave en la pintura europea”, del que fue una de las personas de su confianza y que también marcó a otro de los nombres importantes en el entorno aragonés, Mariano Barbasán (1864-1824).
Este autor costumbrista, con obra también de tintes simbolistas y amigo de Sorolla -de hecho, estudió en la valenciana Real Academia de Bellas Artes de San Carlos- destaca por su trabajo como paisajista y por cómo recrea entornos “totalmente mediterráneos”.
Laborda no olvida en su explicación el nombre de María Luisa de la Riva (1859-1926), una de las artistas más importantes del XIX, especializada en bodegones y en representaciones florales. “Triunfó en París”, subraya Laborda sobre esta pintora, que tuvo en esa ciudad una interesante vida social y convirtió su hogar en “un centro cultural” al que acudían a sus tertulias otros pintores españoles que se encontraban en la capital francesa.
Siglo XX: los albores del cambio
Ya encuadrado en la segunda mitad del siglo XIX, el relato de Laborda se detiene en el pintor costumbrista nacido en Albalate del Arzobispo (Teruel) Juan José Gárate (1869-1939), con obras bien conocidas como su Copla Alusiva.
Y, más allá de pintores nacidos en Aragón, también recuerda el experto otros que, aunque de fuera, desarrollaron buena parte de su obra en este territorio. Es el caso del riojano Ángel Díaz Domínguez (1878-1952), un “personaje muy importante”, que fue “protegido de Zuloaga” y que su paso por Zaragoza se puede constatar en, por ejemplo, la decoración del Casino Mercantil.
Tras él, ya entrado el siglo XX, Laborda observa el “tremendo cambio” que empieza a experimentar el ámbito pictórico, no solo en Aragón, sino en todo el mundo. Para el experto, en esos años 20 del siglo pasado es cuando comienza la globalización, que tiene su reflejo en el intercambio de ideas que propició, por ejemplo, la proliferación de publicaciones ilustradas en el plano internacional. Una ruptura que ya será objeto del siguiente artículo de este especial sobre Aragón.