Entre los pirineos y el valle del Ebro, aproximadamente en el centro de la provincia homónima, se sitúa Huesca. Una ciudad en una Hoya, la que da nombre a la comarca, y que deja al sur llanuras y la depresión del Ebro, mientras que al norte se alzan las cumbres que separan España y Francia. La capital altoaragonesa es, pues, una puerta al norte, a sus formaciones montañosas y a la frontera natural con los vecinos galos. Sin embargo, esa mirada hacia arriba no debe despistar la importancia de la capital de una provincia con una inmensa diversidad natural, que va del desierto a la montaña, pasando por distintos paisajes, y que limita con Cataluña al este y Navarra al oeste. Una puerta al norte, sí, pero que también domina por su ubicación central el rico territorio altoaragonés.
Su historia no es, ni mucho menos, reciente. Ya los íberos alzaron la ciudad de Bolskan en los terrenos de la actual ciudad y fueron los romanos, en su conquista hacia el año 179 antes de Cristo, los que le dieron el nombre de Osca. El dominio de Roma llevó a que el municipio acogiera, durante las guerras civiles del siglo I antes de Cristo, al político y militar Quinto Sertorio, que llegó a crear una Academia de Latinidad para formar a sus seguidores con una educación romana.
De Bolskan a Huesca
La creación varios siglos después de la Universidad Sertoriana, ya en la edad Media y perteneciendo Huesca a la Corona de Aragón, apelaba con ese nombre al pasado pedagógico romano. Ahora, el Museo de Huesca se ubica donde se encontraba el centro educativo, cuyo fin como tal llegó en el siglo XIX.
Pero, antes de que en el año 1096 Pedro I de Aragón tomara la ciudad, la capital altoaragonesa también fue visigoda y árabe. De hecho, la conocida entonces como Wasqa se erigió como una de las ciudades más norteñas de Al-Andalus y el dominio musulmán se prolongó desde el año 719 hasta que el monarca aragonés la tomara a finales del siglo XI.
De esta manera, y como sucedió también en Zaragoza, por Huesca pasaron diversos pueblos y culturas; íberos, romanos, visigodos, árabes, judíos y cristianos, que dejaron, de una manera u otra, su impronta en el territorio.
Restos como los de las murallas, cuya construcción comenzó en el siglo IX, bajo dominio árabe, y que llegó a contar con 99 torres defensivas, de las que solo queda en pie la del Septrión. Y, por supuesto, la majestuosa catedral de Santa María, del siglo XIII.
Patrimonio y ocio para disfrutar y sorprenderse
El patrimonio románico oscense no queda ahí, pues la ciudad ofrece al visitante joyas como el convento de San Miguel, del siglo XII, centuria en la que también se levantó la iglesia de San Pedro el Viejo, mientras que testigo del siglo XIII es la iglesia de Santa María in Foris.
El legado cristiano de la ciudad encuentra una de sus figuras centrales en San Lorenzo, santo natural de Huesca que fue martirizado, quemado en una parrilla, en el año 258 en Roma. En su honor se construyó en el siglo XIV la basílica de San Lorenzo y, cada año, la capital altoaragonesa celebra sus fiestas en homenaje al mártir entre los días 9 y 15 de agosto.
Precisamente, son estas fiestas uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad. Los danzantes, las peñas recreativas oscenses, las mairalesas -ahora, también mainates- y el verde de la albahaca y de los pañuelos típicos de estos días festivos toman la ciudad durante los seis días de celebración.
Más allá de estas fiestas, Huesca ofrece al visitante otros atractivos entre los que sobresale su casco viejo, con un patrimonio modernista presente en el Casino y en espacios como Ultramarinos La Confianza, la tienda de este tipo más antigua de Europa. También, con su rica tradición culinaria y destacados establecimientos hosteleros.
La ciudad, de poco más de 50.000 habitantes, cuenta con dos restaurantes reconocidos con una estrella Michelin, El Tatau y el Lillas Pastia, además de otros locales destacados como Las Torres o El Origen. No en vano, el Gobierno de Aragón situó su Centro de Innovación Gastronómica en la ciudad, en el parque tecnológico Walqa.
Grandes nombres
Aunque San Lorenzo es uno de los nombres más distinguidos de la ciudad -a pesar de que existe cierta controversia alrededor de su lugar de nacimiento, que algunos sitúan en Valencia- Huesca también ha dado al mundo personalidades destacadas como los hermanos Saura, Antonio y Carlos.
El primero, destacado pintor, está considerado como uno de los artistas españoles más importantes españoles del siglo XX, llegando a ser reconocido con la Medalla de Oro a las Bellas Artes de España en 1982, entre otras distinciones. De su mano son obras como ‘Crucifixión’.
El segundo desarrolló su haber en el séptimo arte, donde se alzó como uno de los nombres de referencia nacional e internacional gracias a trabajos como ‘Cría cuervos’, ‘La prima Angélica’, con el que ganó el premio especial del jurado del festival de Cannes, ‘La caza’ o ‘Peppermint frappé’. Como su hermano, también fue reconocido con una Medalla de Oro, en su caso, la de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, y obtuvo distinciones como la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X El Sabio, en este caso, a título póstumo.
En el campo de las artes también destaca el pintor, dibujante y escultor Ramón Acín, fusilado durante la guerra civil. De su mano son ‘Las pajaritas’, dos esculturas que se ubican en el parque Miguel Servet de la ciudad.
Los retos
Y, más allá del ámbito artístico, Huesca ha sido cuna de científicos como Fidel Pagés, médico que describió por primera vez la anestesia epidural. También, Lucas Mallada, considerado el fundador de la paleontología española. Un campo, por cierto, que encuentra continuidad en tiempos actuales en la oscense Laia Alegret, catedrática de la Universidad de Zaragoza y miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de España.
Es, precisamente, en el campo científico en el que Huesca encuentra uno de sus principales retos. La construcción de un futuro campus biosanitario se plantea como una de las medidas más destacadas para la ciudad en los próximos años. También, incentivar un turismo que puede descubrir en la ciudad alicientes de primer orden como sus gastronomía y el patrimonio que atesora.