En Aragón subsisten significativos vestigios del paso de la Orden del Temple por tierras aragonesas, como son el oscense Castillo de Monzón, la zaragozana calle del Temple o el turolense Castillo de Castellote
Este tipo de órdenes militares de monjes caballeros surgieron tras la Primera Cruzada, y tenían como misión garantizar que los peregrinos cristianos procedentes de Europa llegaran con seguridad a Tierra Santa
A pesar de su relativa corta permanencia en el tiempo, la Orden de los Caballeros Templarios permanece muy viva en el imaginario colectivo de Aragón. Y es que muchos son los testigos de su paso por estas tierras, como el majestuoso Castillo de Monzón, en Huesca, la “marchosa” calle del Temple de Zaragoza, o el Castillo de Castellote, en Teruel. Unos vestigios que recuerdan el paso de los Templarios por tierras aragonesas 716 años después de la disolución de la orden por el papa Clemente V (en un martes y 13), una ilegalización alimentada por las leyendas y mitos que se crearon en torno a ella con el objeto de provocar su desaparición. Un legado que no vive solamente en sus edificios, sino también en la influencia que ejercieron los Caballeros Templarios en su momento en monarcas como Jaime I El Conquistador, que fue educado por los Caballeros Templarios en Monzón.
Así nos lo ha contado Sergio Martínez Gil, historiador y director de Historia de Aragón, Startup de la Universidad de Zaragoza, para Go Aragón.
El nacimiento de los Templarios como garantes de los caminos que llegaban a Tierra Santa
La orden de los Caballeros Templarios, fundada en 1118 en Jerusalén, se denominaba realmente, tal y como comenta Martínez Gil, Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón. Su aparición coincide con el “despertar de Europa”, a finales del siglo XI, de “su letargo frente a la expansión islámica” y el comienzo de los primeros siglos de la Edad Media, explica. Un despertar que se produjo tras la llamada de socorro a la Cristiandad por parte del Imperio Bizantino. El Imperio Romano de Oriente, lo que conocemos como Imperio Bizantino, sufría en aquel momento “la expansión de los turcos selyúcidas en la zona de la actual Turquía y Anatolia”, apunta el historiador.
A consecuencia de esta llamada de socorro, el papa Urbano II decide proclamar, en el Concilio de Clermont (Francia), su deseo de recuperar los “santos lugares que estaban en manos del infiel”, apunta Martínez Gil. Este es el inicio de la Primera Cruzada, un movimiento que culmina con la conquista de Jerusalén en 1099 y la fundación de los Estados Cruzados, una serie de reinos ubicados en lo que hoy serían tierras de Siria, Palestina o Israel. “Se crean entonces diversas órdenes militares de monjes caballeros, unos sacerdotes con un voto especial de luchar por la cristiandad por medio de las armas. Su misión principal era garantizar que los peregrinos cristianos que venían de Europa pudieran llegar con seguridad a los santos lugares”, explica el historiador aragonés.
Y entre todas ellas surge la orden de los Templarios, que “se llama así porque el rey de Jerusalén, Balduino I, les cede parte del palacio donde él asienta su corte, lugar que se estimaba que era parte de lo que había sido el templo de Salomón”, afirma.
Alfonso I El Batallador y el testamento que asentó a los Templarios en Aragón
Para financiar las actividades bélicas en Tierra Santa, explica Sergio Martínez Gil, los Templarios comienzan a expandirse por toda Europa. Los monarcas de los diversos reinos crean encomiendas que les son cedidas para que los miembros de las órdenes militares pudieran sufragar el coste de su tarea.
Y de su peregrinación por territorios europeos, los Templarios terminan llegando también a la península ibérica, lugar al que entraron en 1128 por el oeste, gracias a las encomiendas que recibieron del recientemente creado Reino de Portugal, que acababa de independizarse del Reino de León. Más tarde, en 1131, el Conde de Barcelona, Ramón Berenguer III El Grande, concedería tierras también a la Orden de los Templarios. Sin embargo, en el caso del Reino de Aragón la tarea no fue fácil: su asentamiento en este territorio fue posible gracias a un testamento, declarado contrario al fuero aragonés, que no pudo resolverse hasta muchos años después del fallecimiento de su testador: Alfonso I El Batallador.
Tal y como comenta el historiador aragonés, Alfonso I El Batallador, Rey de Aragón y de Pamplona, tenía un arraigado “espíritu de lucha contra el infiel”, por lo que sus treinta años de reinado, que van del 1104 al 1134, los dedica principalmente a la expansión del Reino de Aragón hacia los territorios de la península que estaban bajo dominio musulmán. Tras lograr la conquista del Valle del Ebro, Zaragoza, las estribaciones del Sistema Ibérico y Calatayud, su objetivo era lograr una salida directa al mar, a través de Fraga, para llegar a Tortosa y así embarcarse y marchar hacia Tierra Santa para luchar contra el infiel. “Su plan de jubilación era ir a Tierra Santa”, bromea Martínez Gil. Sin embargo, en una de las etapas de esta planificada travesía, en Fraga, el rey es derrotado, herido, y termina falleciendo en la localidad oscense de Poleñino.
Tras el fallecimiento de Alfonso I El Batallador, estalla la polémica por su legado. El rey aragonés había fallecido sin descendencia, y aunque tenía un hermano, el obispo de Roda, según la tradición visigoda éste no podía reinar porque, aunque era de familia real, había tomado los hábitos, algo que imposibilitaba la labor de gobierno en virtud de tal tradición. Por esta razón, Alfonso I tomó la decisión de legar todos sus reinos, en lugar de a su hermano, a las órdenes militares, entre ellas, a los Caballeros Templarios. Una decisión que no gustó a la nobleza aragonesa y navarra, y que “según los fueros aragoneses era, en buena medida, ilegal. Con los territorios conquistados por el monarca, éste podía hacer lo que quisiera, pero con los dominios que él había heredado de sus antecesores (la parte pirenaica, el Reino de Pamplona, la zona del Reino de Aragón hasta Almudévar), eso tenía que ir a un descendiente legalmente”, comenta Martínez Gil. Al final, a la muerte de Alfonso I, la nobleza se pone en contra del testamento: el Reino de Pamplona se separa y designa a un nuevo rey, y los nobles de la parte aragonesa proclaman como rey al hermano del monarca fallecido, el que sería Ramiro II El Monje.
Las Capitulaciones de Barbastro y la entrega de tierras a los Templarios
Si los nobles aragoneses y navarros reclamaban la ilegalidad del testamento de Alfonso I El Batallador, la iglesia de Roma, con el Papa a la cabeza, se postulaba como parte para reclamar su porción del legado del monarca fallecido. Un reparto que se demoró bastante en el tiempo. Y es que años después de la proclamación de Ramiro II El Monje como rey, éste tuvo una hija, Petronila, una futura reina que, según los fueros aragoneses, podía heredar la posesión del título, pero, por su condición de mujer, no podía gobernar. Para hacer posible el gobierno, la niña es prometida entonces con Ramón Berenguer IV, Conde de Barcelona, en las Capitulaciones de Barbastro. Tras la firma del acuerdo, Ramiro II se retira de nuevo a su vida eclesiástica, aunque mantiene su título de Rey hasta su muerte: sus dominios serán gobernados por Ramón Berenguer en calidad de Príncipe.
Finalmente, fue este príncipe quien, tras un proceso de negociación, consigue dar por terminada la polémica del testamento de Alfonso I El Batallador. De esta manera, y a cambio de la renuncia al testamento por parte de las órdenes militares, Berenguer les cede tierras, fortalezas y villas, así como las rentas que estas generaban.
Antes de su muerte, Alfonso I El Batallador ya había creado sus propias órdenes militares, como la Cofradía de Belchite, que fue absorbida en este periodo por los Templarios. Una orden que se asienta particularmente en las áreas de Codo y Belchite, lugares donde llevarán a cabo una importante labor de repoblación, comenta Martínez Gil, con el objeto de captar labradores que obtuvieran una riqueza de la tierra que se transformara en diezmos para la orden. Unos caballeros que se acaban convirtiendo en el brazo armado del Reino de Aragón para la lucha contra los musulmanes y la conquista de Al Ándalus, tarea en la que tienen un papel esencial tanto los Templarios como el resto de las órdenes militares.
Los vestigios del paso de los Caballeros Templarios por Aragón
Tal y como explica Sergio Martínez Gil, en Aragón hubo un buen puñado de encomiendas y fortalezas templarias. En total, esta orden contó con 19 encomiendas, tres de las cuáles se sitúan en la actual provincia de Huesca, otras once en lo que hoy es la provincia de Zaragoza, y otras cinco en la actual provincia de Teruel. Tuvo, además, 13 fortalezas principales, dos de las cuáles se sitúan en Huesca, cinco en Zaragoza y seis en Teruel.
En Teruel, la Orden del Temple contó con varios señoríos, de los cuáles los más importantes fueron los de Alfambra, Villel, Libros, Fuentes Calientes, Castellote y Cantavieja. El Castillo Templario de Castellote es testigo actual de la presencia de los Caballeros Templarios en la provincia turolense.
En Huesca destaca el Castillo de Monzón, la fortaleza más importante, explica Martínez Gil, que la Orden del Temple tuvo en Aragón. De hecho, comenta, Monzón fue la encomienda más rica de toda la Corona de Aragón, y tenía derechos sobre los diezmos de una importante región que incluía Lérida. La capital oscense también contó con su propia encomienda templaria con un importante patrimonio, la mayoría dentro de la ciudad, “de hecho se podría decir que los templarios fueron verdaderos promotores inmobiliarios de la ciudad, urbanizando varias zonas”, comenta el historiador aragonés.
En la provincia Zaragoza destacaron las encomiendas de la ciudad de Zaragoza, Novillas, Ambel, Boquiñeni, Pina, Ricla y Calatayud. Como curiosidad, se conoce que su convento y sede en la capital aragonesa estuvo en el casco antiguo de la ciudad, en la actual calle del Temple a la que le ha dado nombre, y que hoy es una de las principales zonas de ocio nocturno de la ciudad.
Aunque el legado de los Templarios no reside solamente en sus edificios, sino también en la influencia que ejercieron en su momento sobre monarcas como Jaime I El Conquistador, que fue educado por los Caballeros Templarios en Monzón. De hecho, el maestre templario Guillén de Monrodón fue su consejero durante los primeros años de su reinado.
El fin de los Templarios y el comienzo de la leyenda negra del martes 13
Las leyendas que se han generado en torno a esta orden le han dotado de un halo de misterio que pervive en la actualidad, a pesar de que esta orden tuvo apenas dos siglos de vida. Unas historias que nacieron en los albores del siglo XIV, sobre todo de la mano del rey Felipe IV de Francia. Según recuerda Martínez Gil, en aquellos años convivían las historias sobre grandes riquezas atesoradas por los Templarios, con el revés que supuso para los reinos cristianos la pérdida de Jerusalén. Un caldo de cultivo en el que se comenzó a cuestionar la necesidad de las órdenes militares, y que fue aprovechada por el rey francés Felipe IV quien, necesitado de dinero, comenta el historiador aragonés, crea y difunde una mala reputación de los Templarios como adoradores del demonio, con el objetivo de influir en el Papa para que ordenara su disolución. De esta manera, pudo tomar las tierras y las encomiendas que la orden tenía en Francia, con el beneficio económico que ello suponía para las arcas del monarca.
Tal fue el revuelo que crearon los bulos sobre la Orden del Temple que, el 13 de octubre de 1307 comenzó de forma oficial la ilegalización de la orden y su persecución, por orden del Papa Clemente V. En Francia sería una “total masacre”, apunta Martínez Gil, hasta el punto de que el Gran Maestre Jacques de Molay es quemado en la hoguera. “Hay una leyenda que dice que, antes de llevarlo a la hoguera, Molay acusa de traición al Papa y al Rey de Francia, y dice que en el plazo de un año morirían todos. Y de hecho en un año todos mueren”, relata el historiador.
En el caso de la Corona de Aragón, las consecuencias de la disolución fueron mucho menos extremas para los miembros de la orden. El Rey Jaime II de Aragón no cree en las acusaciones vertidas por el Rey de Francia, por lo que, aunque disuelve la orden, no inicia persecución alguna. Los templarios resisten durante un tiempo en el Castillo de Monzón, pero en los inicios del siglo XIV acaban rindiéndose, sin represalias por parte de Jaime II.
Las leyendas en torno a la Orden del Temple no son pocas, incluso algunas de ellas han dado paso a mitos que perduran en la actualidad. Y es que, según relata Sergio Martínez Gil, el 13 de octubre de 1307, el día de la disolución de la orden, era martes, y, según cuenta la leyenda, este es el motivo por el cual el martes y 13 se considera un día de mal agüero.
Leyendas, guerra contra el infiel e influencia política son parte del legado que la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón dejó no solo en Aragón, sino también en todo Europa. Y todo en unos 189 años que les bastaron para dejar una huella indeleble en la historia.