Echamos un vistazo a nuestra derecha, a la pequeña capilla dedicada a la Virgen del Pilar, cuya protección nunca nos vendrá mal. Al pie de la capilla, hay una escultura que representa a un peregrino, obra del artista José Antonio Barrios Ibáñez, de la cual dijo lo siguiente sobre su obra: «Todo está hecho por y para el alma” Ciertamente, la obra se comporta profundamente respetuosa con el ambiente montañoso, manteniendo la armonía del lugar.
Contemplar, armonía, paz, calma… Ese mirar activo, ese entrar en lo íntimo de la relación con lo que nos rodea desde lo que percibimos por los sentidos, como si buscáramos un poco de paz, tranquilidad, reposo y armonía entre nosotros y lo que nos rodea.
Respiramos hondo y seguimos caminando. Siguiendo el trazado marcado, pronto llegaremos hasta las ruinas del Hospital de Santa Cristina, justo antes de la llegada a Candanchú. Largo sería hablar de este emblemático lugar, que vivió su mayor esplendor en los siglos XII y XIII, cuando llegó a tener varias delegaciones, dependiendo de él 14 iglesias francesas y 30 aragonesas. En el Códice Calixtino, la guía del peregrino medieval, el clérigo Aymerich Picaud lo califica junto a los de Jerusalén y Roma como uno de los tres hospitales del mundo de mayor importancia. Aunque como es norma en la especie humana, este centro fue blanco de profundas luchas tanto religiosas como políticas, que motivaron su declive a partir del siglo XIV. Un incendio provocado por los franceses durante la guerra de la Independencia acabó prácticamente con él, siendo la puntilla la desamortización de Mendizábal (siglo XIX) que produjo su definitiva desaparición.
Al poco, pasaremos y dejaremos a nuestra derecha la Estación de Esquí de Candanchú, la más antigua de España, pudiendo distinguir claramente lo que son las pistas del Tobazo (1986 metros), que están a la espera de las precipitaciones invernales de la nieve para acoger a las miles de personas que se desplazan para la práctica de este deporte en los meses de invierno.
La estación de esquí y zona de Candanchú apenas si cuenta con algo menos de 80 habitantes de forma permanente, pero cuenta con toda clase de servicios hoteleros y hosteleros, especialmente durante la temporada de esquí.
Más allá, y por encima del horizonte de la estación, se pueden distinguir los picos del Aspe, el Sombrero, el Lecherin y otros, todos por encima de los 2.500 metros de altitud. Desde donde miramos los picos, podemos seguir las señales y tomar el GR 11, que a través de La Canal Roya nos marcaría el claro camino de los Ibones de Anayet, una bonita excursión solo recomendable en los meses cálidos.
Seguimos caminando, y poco antes de cruzar el puente Castellar, o del Ruso como también se le conoce, ya se puede ver a la derecha, junto a la carretera, la mole del cerro Castellar, donde se encuentran las ruinas del Castillo de Candanchú, el cual aparece documentado en el siglo XIII, en 1293, cuando el rey de Aragón Jaime II lo adquirió a Pedro Cornet. El castillo en si tuvo importancia en cuanto a la vigilancia y control del alto valle del río Aragón, cumpliendo su misión defensiva y de cobro de impuestos aduaneros hasta bien entrado el siglo XVI. Se sabe por las crónicas escritas, que en 1610 ya estaba deshabitado y en estado de ruina, el mismo estado de ruina progresiva actual que llevará pronto a su total desaparición.
Seguimos la senda, algo abrupta en algunos tramos, atravesamos un bonito bosque y pasamos junto a algún que otro búnker qué, si no estamos atentos, pasan totalmente desapercibidos entre la vegetación de la zona.
Continuamos adelante hasta encontramos la chimenea de la fundería del Anglasé, una torre chimenea de sillería que representa el único vestigio de una antigua mina de cobre y hierro. La chimenea, única superviviente del conjunto industrial, es una sólida construcción de piedra, reforzada con sillares en su base y esquineras, que constituye uno de los escasos ejemplos de arquitectura minera antigua en la provincia de Huesca. En sus tiempos de gloria, el lugar tenía una fábrica de peines, navajas y botones donde trabajaban una treintena de operarios, como asimismo y debido a la cercanía del Camino Real se llegó a establecer también una venta, de modo que a mediados del XIX el Anglasé ofrecía la imagen de una pequeña aldea, repleta de actividad, en la que destacaría la alta chimenea de su fundería, el último vestigio de su esplendor.
Después de un breve encuentro con el bosque y siguiendo la senda, un kilómetro más adelante, un puente de madera permite cruzar las aguas del barranco de Izas, que desembocan hacia el río Aragón.
Y mientras seguimos la senda y antes de llegar a la zona de Canfranc Estación–Los Arañones, no nos olvidemos de mirar hacia arriba, donde se distingue en lo más alto de un estrecho paso sobre el río Aragón, a modo de vigía, lo que fue la antigua fortaleza militar de Coll de Ladrones, establecida entre los siglos XVI/XVIII, aunque apenas fue utilizada por deficiencias en su construcción, siendo abandonada a mediados del siglo XIX. Como anécdota cabe decir que el lugar lo visitaron en una ocasión (el 5 de septiembre de 1903) el rey Alfonso XIII y los Príncipes de Asturias, como así dejó constancia la placa conmemorativa colocada al final de la larga escalera de 800 peldaños que enlaza la fortaleza con el río Aragón.
Actualmente, debido a su estado de deterioro, se encuentra cerrado. Al parecer, sólo admite algunas visitas en verano y de forma muy restringida.
Continuaremos caminando, y así llegaremos hasta el puente de Roldán, donde pasamos a la otra margen del río Aragón, que nos llevará finalmente hasta Canfranc-Estación.
Pero la llegada a al lugar y a su imponente Estación Internacional de Ferrocarril lo dejaremos ya para la siguiente entrega de este recorrido que seguimos recorriendo el Camino Aragonés de Santiago.
Magnífico!! muchas gracias por todo lo que haces Fran Lucas
Un gusto leer siempre a Fran Lucas, un amante de su tierra con el que he tenido el gusto de compartir alguna etapa. Buen Camino amigo!!